“Hay gente que
se tiene por pura, pero no está limpia de su inmundicia” (Proverbios 30:12).
Muchos suponen
que semejante versículo, es aplicable solo a aquellos que están confiando en
algo más que en Cristo para ser aceptados delante de Dios; personas como las
que confían, además del bautismo, en la membresía de una iglesia o en sus
propias actuaciones morales y religiosas. Pero es un error limitar la Escritura
a la clase antes mencionada. Semejante verso, como también el que sigue: “Hay camino que al hombre le
parece derecho, pero al final es camino de muerte.” (Proverbios 14:12), es
más aplicable para todos los creyentes, que solo a los que se apoyan en
algo de ellos o fuera de ellos mismos, para asegurarse el derecho a la
felicidad eterna. Igualmente equívoco de esta forma, sería pensar que las
únicas almas engañadas son aquellas que no tienen fe en Cristo.
Existe en el
cristianismo de hoy, un gran número de personas que han sido enseñadas en que,
nada que el pecador haga le hará merecer la estima de Dios. Han sido informadas
muy correctamente, de que los logros morales más grandes del hombre natural son
tan sólo “trapos de inmundicias” a los ojos del tres veces santo Dios. A
menudo, han oído citar pasajes tales como: “Porque
por gracia habéis sido salvados por medio de la fe, y esto no vosotros, sino
que es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe.” (Efesios 2:8-9),
y: “Él nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéremos hecho, sino
conforme a su misericordia”(Tito 3:5); y se han convencido completamente,
de que el cielo no puede lograrse por las buenas obras de ninguna criatura. Más
adelante se les ha dicho con frecuencia, que sólo Cristo puede salvar al
pecador, y esto ha llegado a ser un concepto establecido en sus credos, de
donde ni hombre ni diablo pueden hacerlos mover. Hasta ahora, muy bien.
A este vasto grupo de gente también se le ha enseñado que Cristo es el único camino al
Padre, aunque Él se convierte en esto, siempre y cuando se tenga una fe
auténtica en Él y sobre Él; Él se convierte en nuestro Salvador sólo cuando
creemos en Él. Durante los últimos años, casi todo el énfasis de la
“predicación evangelística” se ha basado sobre la fe en Cristo, y los esfuerzos
evangelísticos han ido casi totalmente enfocados, a lograr que la gente “crea”
en el Señor Jesús. Aparentemente, ha habido un gran éxito; miles y miles han
respondido; han aceptado, como suponen ellos, a
Cristo como su Salvador personal. Sin embargo, es de resaltar que, es un serio error suponer que
todos los que han “creído en Cristo” están salvos, así como concluir que
únicamente aquellos que no tienen fe en Cristo son los engañados (y están
descritos en Proverbios 14:12
y 30:12).
Es decir, nadie
puede leer cuidadosamente el Nuevo Testamento sin descubrir que existe un
“creer” en Cristo, el cual no salva. En Juan
8:30 se nos dice: “Al hablar estas cosas,
muchos creyeron en él”. Observe cuidadosamente, que no dice “muchos creen
en él”, sino “muchos creyeron en él”. No hace falta leer mucho más lejos en el
capítulo, para descubrir que esa misma gente eran almas no regeneradas y no
salvas. En el verso 44 encontramos al Señor diciéndoles a estos mismos
“creyentes”, que eran de su padre el diablo; y en el verso 59 los encontramos
tirándole piedras a Él. Esto ha presentado cierta dificultad para algunos, mas
no debería. Ellos se obcecaron y crearon sus propias dificultades al suponer que toda fe en
Cristo salva. No es así. Existe una fe "absoluta" en
Cristo que salva y otra fe en Cristo que no lo hace.
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