miércoles, 3 de septiembre de 2014

El legado de paz de Cristo

La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo. Juan 14:27.
Antes de que nuestro Señor fuera a la agonía de la cruz hizo su testamento. No tenía plata u oro, ni casas que dejar a sus discípulos. Era un hombre pobre en cuanto a posesiones terrenales se refiere. Pocos en Jerusalén eran tan pobres como él, pero dejó a sus discípulos una dádiva más rica que la que cualquier monarca terrenal podría conceder a sus súbditos. “La paz os dejo, mi paz os doy”, dijo… Les dejó la paz que había sido suya durante su vida en la tierra, la que había estado con Él en medio de su pobreza, de maltratos y persecuciones, y que debía estar con Él durante su agonía en el Getsemaní y en la despiadada cruz.
La vida del Salvador en esta tierra, pese a haber sido vivida en medio de conflictos, fue una vida de paz… Ninguna tormenta de la ira satánica pudo alterar la calma de aquella perfecta comunión con Dios. Y nos dice: “Mi paz os doy”.
Aquellos que aceptan la palabra de Cristo, que confían sus almas a su cuidado y sus vidas a su ordenación, encontrarán paz y quietud. Nada en el mundo podrá ponerlos tristes al darles Jesús gozo con su presencia. En su conformidad hay perfecto descanso. El Señor dice: “Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado”. Isaías 26:3.
Es el amor al "yo" el que destruye la paz. Mientras el "yo" está vivo, permanecemos listos para preservarlo de mortificación e insulto. Pero cuando el "yo" está muerto y nuestra vida oculta con Cristo en Dios, no nos dejaremos afectar por descuidos o menosprecios…
Cuando recibimos a Cristo en nuestra alma como un huésped permanente, la paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento, guardará nuestros corazones y mentes. No hay otro fundamento de paz sino éste. La gracia de Cristo, recibida dentro del corazón, domina a la enemistad, apacigua la contienda y llena el alma con amor.

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