lunes, 11 de agosto de 2014

Él levanta de los fracasos, pero no de las excusas

La primera excusa que debemos hacer a un lado es decir quiénes somos y de dónde venimos. Excusarse no es característica de alguien que ha crecido espiritualmente. Gedeón es un claro ejemplo de alguien que buscó excusas en su condición de pobreza y en su posición como menor de la familia. Claro está que estaba en una situación de desventaja, pero Dios le dio confianza, porque si lo estaba escogiendo era porque sabía que era capaz y lo respaldaría siempre sobre cualquier circunstancia. Es como si le hubiera dicho: “Yo sé quién eres, Yo te hice. Ahora te digo que estaré contigo y derrotarás a los madianitas”.
Cuando Gedeón creyó, su actitud cambió. Eso sí, de momento sus circunstancias continuaban igual. No fue instantáneamente como se convirtió en una persona adinerada o que ya no fuera el menor de su familia. Su confianza creció y, siendo el mismo por fuera, aunque con un impulso poderoso por dentro, le pidió a Dios que lo esperara mientras iba a traer una ofrenda, porque así era como se preparaban para la batalla. La acción de ofrendar no se basó en la excusa de su pobreza, sino en la confianza de su potencial. No pongas tu pobreza como excusa para no hacer las cosas. Enséñale a tus hijos que no hay excusas cuando deseamos lograr algo. Podemos decirles: “Ahora no hay pero habrá, no sé cómo pero lo lograremos. Si Dios levantó a Gedeón me levantará a mí”. No importando de dónde seas, jamás te dejes dominar por las excusas, porque a Dios lo incomodas.
Cuando el Señor ordenó a Moisés liberar al pueblo, la respuesta que recibió fue una queja. Imagina qué forma de comenzar la conversación con el Rey del universo, ¡con un lamento! Claro está que Dios sabía sus limitaciones. ¿Por qué pondremos por excusas nuestras limitaciones, si Él nos hizo y ya las conoce? Si te dice que puedes, es porque así es, tú solo ves tu limitación, pero tu Padre sabe lo que eres capaz de hacer. En el caso de Moisés, si lo llamó a libertador, es porque sabía que tenía deficiencias que debía superar, y que lo haría para salir adelante con un nación entera. Si eres de los que se excusa en sus limitaciones, anímate a ver historias sobre deportistas minusválidos. Cuando algo te ilusiona, vences las excusas. ¡No te detengas!
Tus excusas enojan a Dios, tal como sucedió con Moisés. ¿Cómo te bendecirá si siempre te estás quejando? Él puede levantarte de un fracaso, pero de una excusa… difícilmente. Es como lo que sucede con los amigos, que frente a tus justificaciones te dicen: “Sí, tienes razón, ¡qué barbaridad!”, pero luego dicen: “Este es un cuentista”. Una excusa no levanta admiración, solo lástima. En el caso de Moisés, el plan original de Dios era que Aarón lo ayudara. Su plan se activa si dejas las excusas y lo obedeces.
Cuando Adán y Eva desobedecieron, Dios les preguntó quién les había dicho que estaban desnudos. Es como si les preguntara: “¿Quién te enseñó, porque si se supone que solo de Mí debes aprender, de quién aprendes?” Si estás lleno de excusas, no estás escuchando a Dios sino al enemigo. Ambos quieren enseñarte, sembrar algo en ti, pero tú decides a quién escuchas, si recibes las palabras de duda o eres tierra fértil para las palabras de fe.
Así que Dios los sacó del huerto después de sus excusas. ¿Qué hubiera pasado si Adán le dice: “Perdóname, no debí escuchar”? ¿O si Eva le dice: “Perdóname, caí en la trampa”? Tal vez Dios les hubiera dado otra oportunidad, pero no lo hicieron. Pues muchas veces actuamos igual y nos justificamos con el comportamiento de otros. No te confundas, si pecas deja las justificaciones, es mejor pedir perdón y la obra restauradora será hecha.
Cuando tienes excusas suceden cosas extrañas. La primera es que te las crees, todo tu comportamiento y desarrollo se basa en eso y no avanzas. A Moisés lo limitó la excusa, no su dificultad del habla. A Gedeón también, y lo mismo con Adán y Eva, que no los arruinó el pecado sino las excusas que pusieron. Examina la Biblia, toda excusa no superada se convirtió en maldición.
La Palabra nos abre el entendimiento. Llegamos a comprender que al dejar las excusas, nuestra positiva forma de pensar nos guiará hacia el éxito. Deshecha las excusas, échalas fuera de tu boca para que no vuelvan. Dile al Señor: “Perdóname, hoy me libero de mis excusas, me convierto en otra persona, no importa qué tengo o qué no tengo, dejo todo atrás y me encamino a hacer Tu voluntad, no pondré una sola excusa más”. 
Y todo lo bello sucederá cuando dejes tus excusas.

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