Es necesario que el Hijo del Hombre padezca muchas cosas,
y sea desechado por los ancianos, por los principales sacerdotes y
por los escribas, y que sea muerto, y resucite al tercer día.
Lucas 9:22.
Lo que ahora vivo… lo vivo en la fe del Hijo de Dios,el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí.
Gálatas 2:20.
Paradójicamente, lo que me llevó a creer en el Evangelio fue que Jesús sufrió. No es un Dios como los antiguos griegos imaginaban a sus dioses, con los mismos vicios morales que los hombres. No es un Dios distante, sino el Hijo de Dios, que se hizo hombre para salvarnos de la perdición eterna. Cuando nació fue recostado en un pesebre.
Como adulto lloró, sufrió el desprecio, la soledad, el rechazo, la traición, el odio y, finalmente, una muerte vergonzosa en la cruz. Un Dios que voluntariamente, viene al mundo como un indefenso recién nacido y más tarde, se deja crucificar por mí (por todos nosotros), muestra una fuerza diferente a la que ambiciona nuestro mundo. Jesús nos revela el poder del amor.
En Jesús, Dios vino al mundo por tener compasión de nuestra miseria. El Hijo de Dios murió en la cruz para expiar nuestras faltas, mas resucitó y está glorificado en la presencia de Dios. Al meditar en el sentido de la cruz, donde el Señor Jesús sufrió, hallo la paz ante el problema del mal que a menudo, asedia nuestras mentes. Mediante su muerte Él venció todos los poderes del mal. Y porque resucitó, tengo la certeza de que un día todas las injusticias y los sufrimientos se acabarán.
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