miércoles, 30 de julio de 2014

Mis Raíces - Crecimiento personal-espiritual

En algún lugar, en algún momento, oí a alguien decir: “La pasión no es solo voluntad, ni una mera demanda, es un fuego que arde y que es encendido por un mero fósforo, un fósforo compuesto de entusiasmo cubierto de una factible experiencia de fracaso, teniendo, en este caso, que volver a encenderse y probar”.
A lo largo del camino he sido formada a partir de mis raíces, a las que atiendo con mucha empatía y sensibilidad. Yo era una mediocre para mis maestros, tan solo otra muchacha más para mis amigos y solo otra chica en este mundo, pero tuve mucho más que demostrar, mucho más por lo que vivir.
Nunca supe cómo mirar el futuro, cómo estaría, qué haría y qué querría. La vida, una palabra sencilla pero importante, tenía un significado demasiado simple para mí, significado de tan solo vivir y hacer mis tareas. Y estas tareas que tenía eran las de una chica normal que asiste al colegio. Sin embargo, comprendo ahora que aquello fue parte de mí por mucho tiempo.
No fue sino hasta más tarde que, siendo juzgada y percibida mal, y prejuiciada de vez en cuando, comprendí. Fue de aquella manera, hasta el día en que la vida me llevó a darme cuenta que la mediocridad se percibía como mi estandarte, como mi virtud. Así fue como yo, por primera vez en mi vida, sentí que tenía algo que demostrar, mucho más que considerar mi virtud; mi meta sería aspirar a ser algo más que otra muchacha del montón. Tenía que luchar por mi existencia; esto sería lo que me mantendría viva. Con un poco de esperanza y un poco de fe en mí misma, decidí tomar mis riesgos.
Definitivamente, la vida no es fácil. ¿Quién dijo que las cosas serían fáciles? Nada de eso, son difíciles hasta que alguien las hace. Las complicaciones invadían mi infancia de toda simplicidad, pero aquello fue lo que me hizo arrancar e ir adelante. En el camino, en altos y bajos, unos cuantos obstáculos serían obvios. La vida no sería una buena experiencia sin tropiezos.
En media década, cada parte de mí ha cambiado. La verdad es que no lo consideraría un cambio, más bien que cada parte de mí se ha conectado ahora a mi verdadero yo. Mi verdadero yo, que tenía oportunidad de germinar en medio de este ambiente y ser alguien. Es más, hoy no diría que soy alguien a quienes otros admiran, pero lo que considero mi logro más grande es que he llegado a saber que, tengo capacidad ilimitada para desatar la verdadera virtud en mí, que es mucho más que la mediocridad.
En estos años he aprendido que para ser alguien no necesito que el resto de la masa me crea. Todo lo que necesito es saber que dentro de mí soy algo y que puedo ser alguien. Y la única clave para esto es el incansable esfuerzo y trabajo por mi parte. De sobra sabemos que la suerte le viene a aquellos que dan lo mejor de sí, así que el buen destino sigue a los que no miran atrás, sino al horizonte con sus pies en la tierra.
Hoy, cuando contemplo todos esos tiempos en los que fui engañada a pesar de los muchos intentos que hice, sonrío y me digo a mí misma: “Me tomó media década hacer crecer mis raíces y todavía tengo más décadas para convertirme en un gran árbol. Hasta entonces, alimentaré mi savia con todas mis fuerzas”.
Lo cierto es que tenemos mucho más poder que el que generalmente nos asignamos. De hecho, muchos se condenan a sí mismos a una vida de mediocridad, solo porque los demás los etiquetaron de esa manera desde chicos.
Pero necesitamos reconocer que Dios no hizo a nadie “promedio”, ni “mediocre”, ni “estándar”… Cada uno de nosotros fue creado único, con un plan particular de parte de Dios para nuestras vidas. Pero somos nosotros los que decidimos si vamos con la corriente o le creemos a Dios para grandes y mejores cosas.

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