En las relaciones sociales la comunicación es primordial, incluso hasta es considerada un “arte” por algunos medios. Se dice que las mujeres hablan mucho, son muy comunicativas, pero no necesariamente lo hacen con verdadero “arte”. La verdad es que no se debe generalizar ningún concepto en ninguna circunstancia. Puede decirse que la mayoría de un grupo social es de tal o cual manera, pero por respeto a la minoría restante, no se debe universalizar esa opinión. Así es que en este caso, lo dejaremos en que la mayoría de las mujeres hablan mucho, aunque no todas para no incomodar a nadie.
Si consideras que estás entre aquellas mujeres pertenecientes a la mayoría, es decir, eres muy comunicativa, pero así mismo, te consideras sincera, no hay nada malo en ello, siempre y cuando esa sinceridad no raye en la imprudencia. Porque una virtud puede convertirse en defecto si traspasamos los límites. Hay mujeres que declaran ser muy francas y dicen las cosas como son, “sin pelos en la lengua”. Es bueno hablar de frente y decir la verdad, pero sin olvidar ser prudentes, lo que no quiere decir que seamos hipócritas. Somos prudentes cuando al decir una verdad, procuramos no herir a otros, buscando las palabras adecuadas y no lo primero que se nos venga a la mente. La hipocresía en cambio, es no decir la verdad acerca de lo que sentimos, es fingir delante de los demás. En consecuencia, la prudencia y la hipocresía son dos conceptos muy distintos.
La prudencia va ligada a la sabiduría, y quien hace uso de estas dos virtudes verá el éxito. “Con sabiduría se edificará la casa, y con prudencia se afirmará” (Proverbios 24:3 RV). Dios le dio sabiduría a Salomón, pero sin olvidar la prudencia. “Y Dios dio a Salomón sabiduría y prudencia muy grandes, y anchura de corazón como la arena que está a la orilla del mar. (1 Reyes 4:29 RV)
La principal regla de la prudencia en una conversación, es saber escuchar al otro. Una conversación no es un monólogo, es dialogar, intercambiar ideas, acontecimientos, etc., entre dos personas o más. En cambio, un monólogo es una reflexión en primera persona ante otras que permanecen calladas. Nuestra conversación debe ser edificante, positiva, no hay que hablar por hablar. Hay que saber ser oportunos, hay que saber callar cuando es necesario. Una frase célebre dice: “Una persona sabia, incluso cuando calla, dice más que una necia cuando habla.”
Como cristianos debemos marcar la diferencia, ser sabios al hablar y también al callar. Recordemos que “El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca lo bueno; y el hombre malo, del mal tesoro de su corazón saca lo malo; porque de la abundancia del corazón habla la boca.” (Lucas 6:45 RV). No es nada agradable escuchar a una persona quejarse por todo, cuidémonos de caer en eso. Una persona que se queja mucho, transmite incomodidad, descontento, negatividad. Los hijos de Dios debemos ser luz, y la luz no “combina” con la negatividad. En boca de los hijos de Dios debe abundar la prudencia, la esperanza, el consuelo, las palabras positivas, y deben suprimirse las palabras vanas y negativas, la crítica, el juicio, la condena. Debemos reflejar la paz de Dios con nuestras palabras, en nuestro hablar, paz derivada de nuestra fe. Nuestro hablar debe ser tranquilo, no imponente, nuestra voz debe ser dulce, no ácida, y nuestro lenguaje corporal debe ser reflejo de todas estas cosas. Nuestras actitudes también hablan por nosotros.
Por último, sabemos que no somos perfectos, y puede que alguna vez cometamos una imprudencia sin querer y ofendamos a alguien. Entonces lo correcto es pedir perdón. Reconocer nuestros errores es señal de madurez, es una actitud que habla bien de nosotros y atraerá el respeto y el aprecio de los demás.
“Manzana de oro con figuras de plata es la palabra dicha como conviene.” (Proverbios 25:11)
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