miércoles, 11 de junio de 2014

Parásitos

Los batracios quizás sean la especie más numerosa en el planeta. Este extenso género normalmente habita en lugares húmedos como estanques, riachuelos, charcos, pantanos, etc.
Pero estos animales, como el renacuajo por ejemplo, son hospedadores naturales de muchos parásitos. De hecho, este animal podría convertirse en una amenaza en forma de plaga, no sólo para sí mismo, sino también para quien esté en contacto con él.
Los estudios dicen que un renacuajo de estanque, cuyos parásitos sobrepasan el límite de su aparato inmunológico, pueden mostrar los siguientes comportamientos: Una disminución de peso sin una razón aparente, hasta que llega el día en el que deja de comer por completo, se aparta del resto del grupo, se vuelve indiferente a toda clase de estímulos a los que respondía antes y por último, acaba muriendo sin remedio.
El balance existencial entre el batracio y el parásito se ha desequilibrado hasta tal extremo, que ha arrastrado al animal a una muerte segura.
Lo que llama la atención, es que muchas veces este mismo comportamiento caracteriza a un cristiano que está por apartarse: Una disminución notoria en el apetito por buscar la voluntad de Dios, hasta llegar a un momento en el que deja de orar y de leer la Biblia por completo. El sujeto empieza, poco a poco, a apartarse de su grupo, de su iglesia y de su ministerio. Se hace indiferente a todo aquello que entusiasmaba su vida espiritual y finalmente, termina apartándose por completo.
Pero este comportamiento en las personas, no lo provoca un parásito como en los renacuajos, sino que tiene su raíz en la amargura.
Hebreos 12:15 dice: “Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados.”
En ocasiones podemos sentir un pequeño resentimiento por algo que vimos, que nos tocó vivir o que simplemente, malinterpretamos. Cualquiera que sea la causa, siempre actúa como un pequeño virus, como una raíz que germina, crece y quiere dar frutos. Al final, uno corre el riesgo de quedar tan resentido y tan convencido de tener la razón, que hasta es muy probable que encuentre la más mínima excusa para alejarse del lugar donde Dios le puso.
Pero la biblia nos muestra un camino para vencer la amargura. En Efesios 4:26 dice: “Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo”
¡Mata la raíz de tu amargura! No dejes que sigan creciendo esos pequeños sentimientos, como parásitos que te alejan de la gracia de Dios e impiden que alcances las promesas para tu vida.

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