Pero para algunos es mejor actuar, porque piensan que no hay por qué esperar si no hay tiempo que perder; y están también quienes no harán absolutamente nada al respecto de su situación, porque por más que lo intenten es imposible que la cambien. Sí, hay situaciones realmente duras en las que por más empeño que ponemos no podemos hacer nada al respecto y lo único que nos queda es: esperar.
Y entonces a veces, ante nuestra falta de paciencia, podemos cometer errores al tomar decisiones apresuradas; decisiones de las que después no hay vuelta atrás y que lo único que hacen es empeorar las cosas, como tratar de solucionar un problema y provocar otro, y después nos sentimos peor que al principio, o como intentar esperar, pero nuestra mente nos dice tantas cosas que nos preocupamos, nos desesperamos, dudamos; mas si hay algo que nunca debemos olvidar, es que Dios habla al corazón y no a la mente.
Esperar con el corazón, es más que usar la razón para confiar y saber esperar, porque en nuestro corazón siempre habita la esperanza de que las cosas pueden cambiar. Ahí podemos sentir paz y guardar cada palabra que recibimos de quien nos ama y nos anima a seguir adelante, y que siempre, de la manera que menos imaginamos, nos habla a través de alguien o de algo, para hacernos saber que aun en la espera permanece con nosotros; ese sin duda alguna, es Dios.
No confíes en las circunstancias, ni en los problemas, ni en los comentarios; tu confianza, aunque a veces parezca poca, sigue poniéndola en Dios, porque hay una recompensa para todo aquel que sabe esperar, para quien su corazón sigue estando firme y creyendo que Dios va a actuar. Dios no deja oraciones sin respuesta, ni abandona a los que lo esperan con el corazón.
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