El nombre de Fabricio Lucio, célebre general romano de los tiempos primitivos de expansión de la República, ha quedado en la historia como emblema de honradez, sencillez, desinterés propio e integridad ciudadanas. Se dice que, hallándose el famoso general en la más completa pobreza, fue nombrado embajador de la República, y su primera misión fue ir a tratar con Pirro, rey de Epiro, sobre asuntos de la mayor trascendencia concernientes a su patria. Pirro lo recibió en su corte con las mayores distinciones y trató de inducirlo para que secundara sus proyectos, contrarios a Roma, ofreciéndole honores elevados y grandes riquezas.
La contestación de Fabricio fue la siguiente: “Si aún me crees honrado; ¿por qué pretendes corromperme? Y si me crees capaz de dejarme sobornar, ¿en qué puedo servirte?” Tan elocuente contestación hizo retroceder a Pirro y le proporcionó una visión de un hombre cabal, digno de la más alta consideración.
Le dijo Dios en sueños: Yo también sé que con integridad de tu corazón has hecho esto. Y también yo te detuve de pecar contra mí; por eso no permití que la tocaras. Génesis 20:6
Guardaos, pues, que vuestro corazón no se deje engañar. Deuteronomio 11:16
Escudríñame, Señor, y pruébame; examina mis íntimos pensamientos y mi corazón. Salmos 26:2
Guardaos, pues, que vuestro corazón no se deje engañar. Deuteronomio 11:16
Escudríñame, Señor, y pruébame; examina mis íntimos pensamientos y mi corazón. Salmos 26:2
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