También Jesús mismo nos dijo que hay muchas moradas en la casa de Dios y que Él ha ido antes que nosotros para prepararnos un lugar. Tenemos la seguridad de Su palabra, de que un día Él regresará a la tierra y nos llevará donde Él está en el cielo (Juan 14:1-4). Nuestra creencia de un hogar eterno en el cielo está basada en la promesa explícita de Jesús. El cielo es definitivamente un lugar real. El cielo existe de verdad.
Cuando la gente niega la existencia del cielo, no sólo niegan la palabra escrita de Dios, sino que también niegan los anhelos más profundos de sus propios corazones. Pablo se dirige a los corintios respecto a este mismo tema, animándolos para asirse a la esperanza del cielo, a fin que no se desanimen: “Porque sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos. Y por esto también gemimos, deseando ser revestidos de aquella nuestra habitación celestial; pues así seremos hallados vestidos, y no desnudos. Porque asimismo los que estamos en este tabernáculo gemimos con angustia; porque no quisiéramos ser desnudados, sino revestidos, para que lo mortal sea absorbido por la vida.” (2 Corintios 5:1-4). Él los exhorta a poner su mirada más allá, en su hogar eterno en el cielo, una perspectiva que les permitiría soportar las pruebas y desilusiones de esta vida. “Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria; no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas.” (2 Corintios 4:17-18).
Así como Dios puso en el corazón de los hombres el conocimiento de que Él existe (Romanos 1:19-20), también los “programó” para desear el cielo. Es el tema principal de incontables libros, música y obras de arte. Desafortunadamente, nuestro pecado ha bloqueado el camino al cielo. Puesto que el cielo es la morada de un Dios santo y perfecto, no hay lugar ahí para el pecado, ni puede ser tolerado. Afortunadamente, Dios ha provisto para nosotros la llave que abre las puertas del cielo – Jesucristo. Todos los que creen en Él y buscan el perdón de sus pecados, encontrarán las puertas del cielo abiertas para ellos de par en par. “Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que Él nos abrió a través del velo, esto es, de Su carne, y teniendo un gran Sacerdote sobre la casa de Dios, acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua pura.” (Hebreos 10:19-22).
El cielo es un lugar real descrito en la Biblia. La palabra cielo se encuentra 276 veces sólo en el Nuevo Testamento. La Escritura habla de tres cielos. El apóstol Pablo fue “arrebatado al tercer cielo,” pero se le prohibió revelar lo que allí experimentó (2 Corintios 12:1-9).
Si existe un tercer cielo, también debe haber otros dos cielos.
El primer cielo es frecuentemente referido en el Antiguo Testamento, como el “cielo o firmamento” que aparece como un arco que se extiende sobre nuestra tierra.
El segundo cielo es el espacio interestelar, residencia de los seres sobrenaturales angélicos y cuerpos celestes (Génesis 1:14-18).
El tercer cielo, cuya localización no es revelada, es la residencia del Dios Trino. El plan de Dios es llenar el cielo con creyentes en Jesucristo. No en vano, la palabra cielo es asociada con la vida eterna. Jesús prometió preparar un lugar para los verdaderos cristianos en el cielo (Juan 14:2). El cielo también es el destino de los santos del Antiguo Testamento, quienes murieron confiando en la promesa de Dios del Redentor (Efesios 4:8). Cualquiera que cree en Cristo, no perecerá, sino que tendrá vida eterna (Juan 3:16).
El apóstol Juan fue un privilegiado al ver e informar sobre la ciudad celestial (Apocalipsis 21:10-27). Juan atestiguó que el cielo posee la “gloria de Dios” (Apocalipsis 21:11). Esta es la gloria Shekinah o la presencia de Dios. Al no haber noche en el cielo y ser el Señor mismo su luz, el sol y la luna ya no serán necesarios (Apocalipsis 22:5).
La ciudad está llena de brillantes y costosas piedras preciosas y de jaspe claro como el cristal. La ciudad también tiene 12 puertas (Apocalipsis 21:12) y 12 cimientos (Apocalipsis 21:14). El paraíso del Jardín del Edén será restaurado, el río de agua de vida fluirá libremente, y el árbol de la vida será nuevamente accesible, dando cada mes su fruto, y cuyas hojas serán para la “sanidad de las naciones” (Apocalipsis 22:1-2). Aunque Juan fue elocuente en su descripción del cielo, la realidad del cielo está más allá de la habilidad del hombre finito para describirlo (1 Corintios 2:9). Y sin embargo, es más real que esta tierra, la cual desaparecerá.
El cielo es un lugar de “no más.” Y ya no habrá más llanto, no más clamor, y no más dolor (Apocalipsis 21:4). Ya no habrá más separación porque la muerte será conquistada (Apocalipsis 20:6). Lo mejor acerca del cielo es la presencia de nuestro Señor y Salvador. Estaremos cara a cara con el Cordero de Dios, quien nos amó y se sacrificó a Sí mismo, para que pudiéramos disfrutar de Su presencia por la eternidad.
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