“Dios es nuestro amparo y nuestra
fortaleza, nuestra ayuda segura en momentos de angustia. Por eso, no
temeremos aunque se desmorone la tierra y las montañas se hundan en
el fondo del mar;”
Salmo 46:1-2 (NVI)
En un mundo tan agitado como en el que vivimos, en donde parece
que todos estamos en una carrera loca contra el reloj, compitiendo unos contra
otros por mantener un estilo de vida, por ser mejores, por preservar nuestro
trabajo, acabar nuestros estudios, cumplir con nuestras metas o sacar adelante
a nuestra familia, es obvio que necesitaremos una gran cantidad de energía y
fortaleza para lograrlo, seamos mujeres u hombres, jóvenes o viejos, solteros,
casados o viudos; y la situación empeora si además, tenemos problemas que
solucionar, inconvenientes, o pasamos por momentos difíciles, pérdidas, deudas
o angustias de cualquier tipo.
Para
solucionarlos, muchos recurrimos a diversas soluciones y hacemos todo lo que
esté a nuestro alcance con nuestros medios y a nuestro modo, incluso algunos
oramos para que Dios nos ayude; y continuamos, una y otra vez, buscando por aquí y por allá,
gestionando, llamando, moviendo, utilizando cualquier recurso o salida. Si
tenemos la fortuna de salir airosos, nos inflamos, nos sentimos buenos y
vencedores, nuestro ego se exalta, ganamos confianza en nosotros mismos, nos
sentimos fuertes y hasta damos gracias a Dios por ayudarnos, si es el caso.
Pero, ¿qué pasa cuando sucede todo lo contrario?, ¿cuando nuestros esfuerzos fracasan y las cosas no salen como esperábamos?: pasa que nuestro ánimo decae, nos deprimimos y nos preguntamos ¿en qué fallamos?, ¿por qué Dios no nos concede lo que le pedimos? Desistimos y hasta se nos olvida dar gracias a Dios.
Pero, ¿qué pasa cuando sucede todo lo contrario?, ¿cuando nuestros esfuerzos fracasan y las cosas no salen como esperábamos?: pasa que nuestro ánimo decae, nos deprimimos y nos preguntamos ¿en qué fallamos?, ¿por qué Dios no nos concede lo que le pedimos? Desistimos y hasta se nos olvida dar gracias a Dios.
En otros casos, los más obstinados y osados simplemente continúan,
luchan por lo que quieren, tienen confianza en Dios y esperan hasta que
consiguen lo que quieren. En cualquiera de los casos, Dios siempre está al
corriente, en control y tiene un propósito. La clave del éxito está en
descubrir cuál es ese propósito, comprender y entender en lo profundo de nuestro
ser, quién es Dios y quiénes somos nosotros, el camino en el que estamos y en el
que debemos andar, lo importante de la vida y lo que no lo es, cuáles son
nuestras verdaderas prioridades...
Una parte de la ciencia dice que a veces, la mejor forma de pensar es no hacerlo y que, en muchos
casos, lo mejor que se puede hacer es no hacer nada, o sea, quedarse quietos;
como el Señor es nuestro Dios y nosotros sus hijos, dejemos que Él obre en
nuestra vida con libertad, que deshaga las obras del diablo, que rompa los cimientos
de la mentira y edifique sobre la verdad que es Jesucristo; dejémosle hacer, desatemos sus
manos, que abra su boca y dejemos que queme y rompa las ataduras de esclavitud
que tenemos con el pecado, que nos santifique conforme a su propósito, porque
para eso nos creó y nos forjó como sus hijos; dejemos que Él haga su obra en
nosotros; porque no somos nosotros quienes nos salvamos a nosotros mismos, por
mucho que lo intentemos, por lo que hagamos o dejemos de hacer; nada de lo que
hagamos, aparte de arrepentirnos y entregarle nuestra vida al Señor, surtirá
ningún resultado. En esto sabemos que Dios es Dios, porque lo que es imposible
para el hombre, es posible para Él.
Todos tenemos
diferentes necesidades y anhelos en nuestro corazón, y si de verdad creemos que vivimos en Dios, que nos movemos y tenemos nuestro ser por Él, aquietémonos y
hagamos silencio, pues a veces es necesario estar callados para poder escuchar
la voz de Dios y quietos para conocer su dirección, su consejo y su voluntad.
Muchas veces nosotros, egoístamente, sólo tratamos a Dios cuando
le decimos o pedimos que haga o nos conceda esto o aquello, cuando Él ya de sobra
sabe lo que tiene que hacer, lo que necesitamos y lo que queremos; y en muchos
casos pensamos que somos nosotros los que, a través de nuestras obras, solucionamos todo y que Dios sólo está allí para darnos una pequeña ayuda, pero
que el poder está en nosotros. ¡Mal pensado!
De este mensaje deducimos, hermanos, que si en verdad queremos ver
la obra de Dios en nuestra vida, tenemos que dejar de agitar tanto nuestra
existencia y ponernos en sus manos, permitiéndole a Él ser nuestro Dios y
nosotros obrar como sus hijos, obedientes y sujetos a su voluntad, reconociendo
que somos débiles y frágiles y que es poco lo que podemos hacer sin Él. Por eso le necesitamos, le amamos y buscamos, para refugiarnos bajo sus alas,
para buscar su consuelo, su amor, su misericordia y su fortaleza, ya que la
nuestra no es suficiente cuando llegan las pruebas de verdad. Esto hará que
cuando tengamos una victoria, ya no nos exaltemos nosotros mismos sino que
exaltemos a Dios, porque Él merece toda la honra, toda la gloria y toda la
alabanza.
Acércate al trono de
Dios con humildad y plena confianza, porque sólo en Él encontrarás amparo y fortaleza;
para un momento y escucha la voz de Dios, que con toda seguridad tiene mucho
que decirte, y di AMÉN al siguiente versículo, detrás del vídeo:
“Quédense
quietos, reconozcan que yo soy Dios.
¡Yo seré exaltado entre las naciones!
¡Yo seré enaltecido en la tierra!“
Salmos
46:10
Nueva
Versión Internacional (NVI)
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