Las batallas más importantes de la vida se deciden en lo secreto del corazón.
Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios. Hebreos 12:2
Una de las características que distinguió a los héroes de la fe es que, poseían la capacidad de ver lo que aún no existía. De hecho, el autor señaló esta realidad mientras recorríamos el museo de la fe: "Todas estas personas murieron aún creyendo lo que Dios les había prometido. Y aunque no recibieron lo prometido lo vieron desde lejos y lo aceptaron con gusto. Coincidieron en que eran extranjeros y nómadas aquí en este mundo" (11.13 – NTV). Transitaron por la vida con la vista puesta en algo que poco se veía, pero que ellos no solamente lo veían con nitidez, sino que también les proveía de una intensa motivación para seguir adelante.
La visión del momento en que cruza la meta de la maratón, es uno de los estímulos más fuertes que posee el atleta. Durante gran parte de la carrera, de 42 km de extensión, ni siquiera se capacita para ver la línea de llegada. No obstante, toda persona que ha participado en semejante competición, conoce la forma en que la mente visualiza, una y otra vez, ese momento de intensa emoción y satisfacción personal que solamente se experimenta al cruzar la línea de llegada. Anticiparse a esa experiencia –saborearla de antemano– es, en ocasiones, la única herramienta que posee el corredor para no abandonar la competición.
La visión del momento en que cruza la meta de la maratón, es uno de los estímulos más fuertes que posee el atleta. Durante gran parte de la carrera, de 42 km de extensión, ni siquiera se capacita para ver la línea de llegada. No obstante, toda persona que ha participado en semejante competición, conoce la forma en que la mente visualiza, una y otra vez, ese momento de intensa emoción y satisfacción personal que solamente se experimenta al cruzar la línea de llegada. Anticiparse a esa experiencia –saborearla de antemano– es, en ocasiones, la única herramienta que posee el corredor para no abandonar la competición.
Porque la persona de visión ve lo que otros no ven.
Del mismo modo, el discípulo que ha emprendido un "camino" en respuesta al llamado de su Señor, requiere de algún estímulo para seguir adelante. El autor de Hebreos sugiere que este estímulo lo recibimos, al mantener los ojos firmemente puestos en la persona de Jesús. La experiencia de Pedro cuando caminó sobre las aguas, nos recuerda lo enormemente vital que resulta este ejercicio. En cuanto dejamos de mirar al Señor, las dificultades y tormentas que nos rodean nos llenan de temor y comenzamos a hundirnos.
La ilustración más excelente de esta disciplina la provee el mismo Jesús. Su momento de máxima crisis fue en Getsemaní. Allí confesó a sus discípulos su fuerte deseo de abandonar la carrera: Mi alma está destrozada de tanta tristeza, hasta el punto de la muerte… (Mateo 26.38-NTV). Apeló al cariño que le tenían para que le acompañaran en tan difícil momento. Él, por su parte, se apartó y se concentró en la intensa batalla que se había apoderado de su corazón, una batalla entre el deseo de hacer la voluntad del Padre y el deseo de hacer su propia voluntad. Finalmente, logró lo que hacía falta para seguir en carrera: apartó la visión, la imagen de la cruz y de la inminente agonía de la muerte, para fijarla en algo que le inspiraba plenamente. Esto era el gozo del reencuentro con su Padre celestial.
La disciplina de volver a fijar los ojos en Jesús en los momentos más duros de la vida, es la que nos permitirá seguir avanzando con confianza. Requiere de disciplina precisamente, porque en esos momentos, la tentación de abandonar es intensa. ¡Bienaventurados son los que deciden perseverar!
Del mismo modo, el discípulo que ha emprendido un "camino" en respuesta al llamado de su Señor, requiere de algún estímulo para seguir adelante. El autor de Hebreos sugiere que este estímulo lo recibimos, al mantener los ojos firmemente puestos en la persona de Jesús. La experiencia de Pedro cuando caminó sobre las aguas, nos recuerda lo enormemente vital que resulta este ejercicio. En cuanto dejamos de mirar al Señor, las dificultades y tormentas que nos rodean nos llenan de temor y comenzamos a hundirnos.
La ilustración más excelente de esta disciplina la provee el mismo Jesús. Su momento de máxima crisis fue en Getsemaní. Allí confesó a sus discípulos su fuerte deseo de abandonar la carrera: Mi alma está destrozada de tanta tristeza, hasta el punto de la muerte… (Mateo 26.38-NTV). Apeló al cariño que le tenían para que le acompañaran en tan difícil momento. Él, por su parte, se apartó y se concentró en la intensa batalla que se había apoderado de su corazón, una batalla entre el deseo de hacer la voluntad del Padre y el deseo de hacer su propia voluntad. Finalmente, logró lo que hacía falta para seguir en carrera: apartó la visión, la imagen de la cruz y de la inminente agonía de la muerte, para fijarla en algo que le inspiraba plenamente. Esto era el gozo del reencuentro con su Padre celestial.
La disciplina de volver a fijar los ojos en Jesús en los momentos más duros de la vida, es la que nos permitirá seguir avanzando con confianza. Requiere de disciplina precisamente, porque en esos momentos, la tentación de abandonar es intensa. ¡Bienaventurados son los que deciden perseverar!
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