domingo, 4 de mayo de 2014

La verdad es que miento

“Libra mi alma, oh Señor, del labio mentiroso,
de la lengua engañosa”.
 (Salmo 120:2)
Años atrás cuando mis hijos eran aún pequeños, caí en la costumbre de recomendarles: “Si tal persona me busca o pregunta por mí, díganle que no estoy”. Y me ocurrió en una oportunidad, que un hijo mío abrió la puerta, para decirle a quien preguntaba por mí: “Buenos días señor, dice mi papá (ja, ja) que no está aquí”.
Anécdotas como éstas las recordamos en familia con una sonrisa en los labios, pero también con la vergüenza de reconocer que en aquel entonces, no fuimos muy íntegros que digamos.
Ahora bien,… que lance la primera piedra quien alguna vez, deliberada o inconscientemente, no mintió, para salir del apuro, para tapar errores, o para conseguir algo.
No olvidemos por ejemplo que  la infancia, ha sido una senda repleta de mentiras. Al comienzo eran  pequeñitas, para comernos a escondidas alguna golosina, para justificar un retraso, o la falta de cumplimiento de un deber en la escuela. Más tarde las mentiras fueron creciendo en importancia y tamaño, tanto que dejábamos de ser aficionados a la mentira, para alcanzar el título de profesionales del engaño, persiguiendo cada uno sus propios intereses: afecto, amor, fama, dinero, votos, prestigio, poder, etc. En suma, éramos el equivalente a aquellos charlatanes de feria, hábiles para vender sus pomadas “cúralo todo”.  Nuestra verdad era parte de la mentira. Hasta llegábamos a creerla.

Y además, la mentira no conoce tiempo, fronteras, situación social, economía, idioma, ni religión. Tanto es así que, en este último caso se hallan una serie de personajes, quienes se han atribuido ser enviados directos de Dios, y hasta dioses mismos, modernos mesías vestidos de túnica o de terno eclesiástico, de sandalias y corbata, transportados a pie o en avión, buscando clientes que crean en ellos y en sus doctrinas, que les sigan, admiren, adoren,  y veneren.

Pero amigos, alejémonos de la mentira, y enseñemos a  nuestros pequeños a no involucrarse en ella; hagámosles entender, que por más que se la clasifique como mentira piadosa,  mentira blanda, o simple mentirijilla, el engaño está reñido con la  Palabra de Dios.
Pero no se trata solamente de enseñar con el discurso, sino, y sobre todo, con el ejemplo, pues de nada serviría darles a nuestros chicos una magistral conferencia sobre lo dañino de la mentira, si en cualquier momento, y para comenzar, les enviamos a abrir la puerta, o a contestar el teléfono, con la clásica recomendación: “si alguien me busca, dile que no estoy”.
Jesucristo manifestó: Mirad que nadie os engañe. Porque vendrán muchos en mi nombre, diciendo: Yo soy el Cristo; y a muchos engañarán.” (Mateo 24:4,5) .

Esa es su Palabra y, por cierto, la única que no engaña.

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