Pienso en cuando era niño. Escribirle a los Reyes Magos era muy sencillo, les contaba lo bien que me había portado y expresaba claramente, qué era lo que deseaba de regalo para esa navidad. Nunca me planteé si ellos tendrían problemas de presupuesto o si se aburrirían con mi carta, yo sólo manifestaba lo que quería y punto.
A veces extraño esa sencillez de la niñez, el ser capaces de decir tan transparentemente lo que nos pasa, lo que necesitamos y lo que nos duele. Es algo que perdemos con la edad y con las ideas de “ser adulto” que se nos van instalando en la cabezota. Y lo que es mucho peor, pretendemos ser “fuertes”, “perseverantes”, “resistentes”, cuando lo único que hacemos es ser lo más empalagosos posibles, como con pataletas de niño, expresando lo frustrados o enojados que nos sentimos. Pero lo peor de todo es que, pretendemos aparentar con quien más nos conoce, aparentamos con Jesús.
Pero Jesús fue de carne y hueso como tú y como yo, y por lo tanto, su empatía con el género humano es bastante grande, aparte de su misericordia y gracia. Él vivió experiencias humanas y puede entender lo “podridos” que nos sentimos a ratos. Puede entender, y entiende, lo difícil que es vivir con uno mismo, cuando tu cabeza nunca para de pensar y nunca dejas de escucharte a ti mismo. Sí, leíste bien. Escucharte como si tuvieras a un loro sobre tu hombro.
Cada vez que sientas la necesidad de decir todo lo que piensas y sientes, no lo filtres, al menos no con Jesús. Él no se va a sorprender ni pensará que algo raro te pasa, agradecerá tu honestidad y disfrutará de tu berrinche, porque le encanta poder transformar las grandes penas en grandes alegrías.
Tal vez te quedan muchos “perdona” por decir, muchos “te amo” por atreverte a declarar, o tal vez te faltan muchos “gracias” que dar,... pues aprovecha ahora. Es el momento preciso. Ejercita con Jesús, comienza diciéndole a Él lo que te falta por preguntar o llorar. Nadie está esperando que seas fuerte eternamente y hagas frente a todas las dificultades, las venzas, ¡nadie!,... ni siquiera Jesús en su humanidad. Él quiere ser fuerte por ti, Él quiere perfeccionarse en aquello que a ti te hace un débil “merengue”.
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