viernes, 9 de mayo de 2014

Dilo todo

Verdaderamente, me considero un ser humano bastante peculiar. Muchas veces me pregunto, si Dios tendría la intención de crear a alguien con la suficiente paciencia, como para acompañar toda la vida a alguien como yo,… me convenzo a mí mismo diciéndome que sí, pero la verdad es que es una de mis grandes pruebas de fe.

Dentro de las excentricidades de mi personalidad, está la necesidad de decir todo lo que estoy sintiendo, incluso pensando. En ocasiones, cuando no puedo decírselo directamente a mi interlocutor, escribo casi "testamentos" en los que, trato de comunicar con el mayor detalle posible, lo que quiero manifestar, aunque muchas veces no lo digo explícitamente. Sin embargo, aún existen cosas urgentes que debo decir y no he podido comunicar. No he podido comunicarlas por orgullo, por temor, por vergüenza, por timidez, por sentir que no es el momento apropiado, porque creía que ya no tenía sentido decirlas, pero la verdad, no es así. Tener algo pendiente que decir, es como tener que hacer un trámite con un plazo final y posponerlo, posponer y posponer la acción. Esto genera a veces, ansiedad, preocupación, incluso sensaciones físicas como temblor de manos, dolor de barriga, sudoración de manos, taquicardia, falta de aire y otros síntomas que, en más de una ocasión, se experimentan.

Pienso en cuando era niño. Escribirle a los Reyes Magos era muy sencillo, les contaba lo bien que me había portado y expresaba claramente, qué era lo que deseaba de regalo para esa navidad. Nunca me planteé si ellos tendrían problemas de presupuesto o si se aburrirían con mi carta, yo sólo manifestaba lo que quería y punto.

A veces extraño esa sencillez de la niñez, el ser capaces de decir tan transparentemente lo que nos pasa, lo que necesitamos y lo que nos duele. Es algo que perdemos con la edad y con las ideas de “ser adulto” que se nos van instalando en la cabezota. Y lo que es mucho peor, pretendemos ser “fuertes”, “perseverantes”, “resistentes”, cuando lo único que hacemos es ser lo más empalagosos posibles, como con pataletas de niño, expresando lo frustrados o enojados que nos sentimos. Pero lo peor de todo es que, pretendemos aparentar con quien más nos conoce, aparentamos con Jesús.

Pero Jesús fue de carne y hueso como tú y como yo, y por lo tanto, su empatía con el género humano es bastante grande, aparte de su misericordia y gracia. Él vivió experiencias humanas y puede entender lo “podridos” que nos sentimos a ratos. Puede entender, y entiende, lo difícil que es vivir con uno mismo, cuando tu cabeza nunca para de pensar y nunca dejas de escucharte a ti mismo. Sí, leíste bien. Escucharte como si tuvieras a un loro sobre tu hombro.

Cada vez que sientas la necesidad de decir todo lo que piensas y sientes, no lo filtres, al menos no con Jesús. Él no se va a sorprender ni pensará que algo raro te pasa, agradecerá tu honestidad y disfrutará de tu berrinche, porque le encanta poder transformar las grandes penas en grandes alegrías.
Tal vez te quedan muchos “perdona” por decir, muchos “te amo” por atreverte a declarar, o tal vez te faltan muchos “gracias” que dar,... pues aprovecha ahora. Es el momento preciso. Ejercita con Jesús, comienza diciéndole a Él lo que te falta por preguntar o llorar. Nadie está esperando que seas fuerte eternamente y hagas frente a todas las dificultades, las venzas, ¡nadie!,... ni siquiera Jesús en su humanidad. Él quiere ser fuerte por ti, Él quiere perfeccionarse en aquello que a ti te hace un débil “merengue”.

Di todo lo que tengas que decir, escríbelo, cántalo, grítalo, llóralo ¡PERO EXPRÉSALO! No te guardes nada, no se puede llenar un vaso que ya está medio lleno…


No hay comentarios:

Publicar un comentario