sábado, 26 de abril de 2014

Tiempo de hablar

Hace muchos años, tres mujeres conversaban animosamente en la plaza de un pueblo a las afueras de Londres. Cada una compartía el cambio que había experimentado en su vida, al conocer a Jesús.
Estaban tan absortas en la conversación, que no advirtieron que un hombre se había acercado lo suficiente, como para poder oír todo lo que hablaban.
El caminante notó que aquellas palabras salían del fondo de sus corazones, que esas humildes mujeres poseían algo real y sublime que él no tenía y que jamás había experimentado. El impacto de estas palabras fue tal, que nunca pudo olvidarlas.
Por lo cual, un día se propuso apartarse de sus malas compañías y buscar el tesoro espiritual que estas mujeres sí poseían.
Aquel hombre era John Bunyan, hoy conocido internacionalmente como el autor de su célebre obra “El progreso del peregrino” (1678), y de muchos otros libros que impactaron a varias generaciones. Además, se transformó en un tremendo predicador, de gran impacto para su nación en su época. Conocemos a John Bunyan, pero nadie sabe los nombres de aquellas tres mujeres, que fueron tan influyentes en su vida.
2 Timoteo 1:8 “Por tanto, no te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor, ni de mí, preso suyo, sino participa de las aflicciones por el evangelio según el poder de Dios”.
Cuando damos testimonio de lo que Dios ha hecho en nuestras vidas, nunca podremos saber con certeza, quien está alrededor escuchando atentamente, ni tampoco cuáles son las personas que podrían ser impactadas por nuestras palabras. Quizá nunca nos enteremos del fruto que, finalmente, dio la semilla que plantamos, pero podemos estar seguros que la palabra de Dios nunca volverá vacía. El hecho de que no podamos ver el fruto, no quiere decir que éste no exista.

No hace falta un relato extraordinario para captar la atención de la gente, simplemente que te animes a compartir lo que Dios hizo en tu vida. Esto es, un testimonio digno de contar, una historia que podría llenar de fe a quien la escucha, levantar al caído, o bien, quebrantar un corazón endurecido por la vida.
Hablar del evangelio que nos dio la libertad, no es soltar las palabras al viento, inútilmente, sino que esas palabras tengan verdadero poder para transformar a todo aquel que pueda escucharlas, que tenga apertura en su mente y corazón. Es un arma poderosa, que puede ser usada por quien se atreva a proclamar el poderoso mensaje del Evangelio. ¿Acaso habrá alguien que no tenga necesidad de escuchar la Palabra de Dios?
Al igual que aquellas tres mujeres, deja que el gozo de la salvación te invada y comienza a compartir las maravillas que Dios ha hecho en tu vida. Quizás te esté escuchando el próximo John Bunyan, a quien Dios ha preparado para esta generación.

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