sábado, 19 de abril de 2014

Siguiendo los pasos de Jesús

Leemos en la Biblia: Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor. 1ª Corintios 13.13
Estas son las características más importantes de un verdadero cristiano, siendo el amor la más relevante de ellas.

Y también leemos:19 En esto sabremos que somos de la verdad y tendremos nuestros corazones confiados delante de él; 20 en caso de que nuestro corazón nos reprenda, mayor es Dios que nuestro corazón, y él conoce todas las cosas. 21 Amados, si nuestro corazón no nos reprende, tenemos confianza delante de Dios; 22 y cualquier cosa que pidamos, la recibiremos de él, porque guardamos sus mandamientos y hacemos las cosas que son agradables delante de él. 23 Y éste es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo y que nos amemos unos a otros, como él nos ha mandado. 24 Y el que guarda sus mandamientos permanece en Dios, y Dios en él. Y por esto sabemos que él permanece en nosotros: por el Espíritu que nos ha dado. (1 Juan 3:19-24)

Vemos que, el amor tiene como consecuencias la fe y la esperanza. Las dos se derivan del amor, la característica más importante. De hecho leemos que El primer mandamiento y seguramente el más importante es:"Amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo". De este derivan el resto de los mandamientos de la ley de Dios, y si lo cumplimos, cumpliremos todos. 

¿De quién aprendemos esto? De Jesús, quien muestra su amor cuando se apareció con su característica humana. Es el Maestro, el Rey, nuestro sumo Sacerdote, que vino para revelar a Dios, para restablecer la voluntad de Dios, para perdonar nuestros pecados al ofrecer su sacrificio perfecto; sacrificio que satisface la justicia de Dios. Todos son actos de servicio amoroso. Y su enseñanza es dada sin discriminar a los humildes, a nadie, es para todos.

Cuando restablecemos la comunión con Dios, cuando nuestros pecados son perdonados, nos unimos al Señor en sus propósitos, y su principal propósito es que nos amemos. Nos unimos no para obtener algo, sino por agradecimiento, porque sin haberlo merecido, lo hemos obtenido todo. Lo primero el amor de Él, un amor que desciende. Es el rico quien se hace pobre para servir a otros. Es el Señor del universo quien ocupa el lugar del esclavo. De aquí, que el creyente puede amar verdaderamente. Quien no ha conocido al Señor de este modo, es incapaz de amar porque es incapaz de pensar generosamente en los otros. Su religiosidad está centrada en sí mismo, en su egoísmo.

 Y esta comunión intensa hace que la fe y la confianza en Dios se hagan más grandes. Nuestros corazones se harán confiados delante de Él porque, primero, amamos. El apóstol Juan nos lleva, entonces, a otro nivel; "este amor a Dios se muestra también en la madurez de la relación". Ya no está sujeta a la incertidumbre; no nos acercamos temerosos, a sobresaltos, sino totalmente confiados en Él.
Pero, ¿estamos seguros de Su amor? Juan dijo, referente este dilema, que es una cuestión de saber si se está en la verdad. Y por ello añadió: Porque amas a Dios y a tu prójimo a causa de la gracia inmerecida que proviene de la cruz, de modo que la inmensidad de ese Su amor nos ha convertido en agentes de amor. No somos buscadores de agradecimientos, hemos sido llenados de tal modo, que ahora nos sentimos deudores para con todos.
O sea, que si verdaderamente creemos esto, sí estamos seguros de su amor.

Pero ¿qué sucede si alguien ama a Dios y al prójimo y procura la justicia, pero no se siente salvado por Jesús? Juan no ve esta condición como la ideal para un creyente. No cree que sea un verdadero cristiano. Y tampoco considera que la seguridad del cristiano sea un acto de soberbia (tal como declara el concilio de Trento), sino un signo de salud espiritual.
Juan no está pensando en la vida cristiana, no la concibe así, como grandes listas de "Síes" y "Nos", de acuerdos (sí o no), sino en la comunión con el evangelio; y el gran mandamiento del mismo es que creamos en Dios y, consecuentemente, que nos amemos unos a otros.
El que guarda sus mandamientos, es decir, el que vive en el evangelio, ve confirmada la voluntad de Dios, reconoce que está en Cristo y reconoce la presencia de su Espíritu. Se ha habituado al uso de sus sentidos de tal modo, que ahora puede reconocer la presencia del Espíritu Santo en su propia vida, en todas sus acciones. Su seguridad proviene de la obra de Cristo en la cruz y en su presencia santificante. 

Todo lo expuesto nos conduce al principio: las características del cristiano: la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor.

Y por último, también en la Biblia, y para significar que somos así, En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros. Juan 13;35

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