En Cristo, somos hechos, enteramente, una nueva creación, al igual que Dios creó originalmente los cielos y la tierra. Él los creó de la nada, y de igual manera lo hace con nosotros. Él no sólo nos limpia de nuestro antiguo yo, sino que hace de nosotros un ser enteramente nuevo, y ciertamente, este nuevo ser es parte de Cristo Mismo. Cuando estamos en Cristo, somos “participantes de la naturaleza divina” (2 Pedro 1:4). Dios mismo, en la persona de Su Espíritu Santo, hace Su morada en nuestros corazones. Nosotros estamos en Cristo, y Él está en nosotros.
Cuando estamos en Cristo, y Él en nosotros, somos regenerados, renovados y renacidos, y esta nueva creación es de característica espiritual, mientras que la antigua es de característica carnal. La nueva naturaleza está en sintonía con Dios, obedientes a Su voluntad y devotos a Su servicio. Estos son aspectos que la antigua naturaleza es incapaz de hacer o desear hacerlo. La antigua naturaleza está muerta a las cosas del Espíritu y no puede revivirse a sí misma. Está “muerta en sus delitos y pecados” (Efesios 2:1), y sólo puede revivirse mediante una resucitación espiritual, la cual sucede cuando venimos a Cristo y somos Su morada. Él nos da una naturaleza totalmente nueva y santa y, una vida incorruptible. Nuestra antigua vida, previamente muerta ante Dios a causa del pecado, es sepultada, y somos resucitados “para andar en vida nueva” con Él (Romanos 6:4).
En Cristo, estamos unidos a Él, dejando de ser esclavos del pecado (Romanos 6:5-6); Dios “…nos dio vida juntamente con Cristo..” (Efesios 2:5); “…hechos conforme a la imagen de Su Hijo…” (Romanos 8:29); libres de la condenación y no andando conforme a la carne, sino conforme al Espíritu (Romanos 8:1), y formando parte del cuerpo de Cristo con otros creyentes (Romanos 12:5). El creyente posee ahora un corazón nuevo (Ezequiel 11:19), y ha sido bendecido “con toda bendición espiritual en los lugares celestes en Cristo.” (Efesios 1:3).
Entonces, ¿por qué con mucha frecuencia, no vivimos de la manera descrita, habiéndole entregado nuestras vidas a Cristo y estando seguros de nuestra salvación? Esto sucede porque nuestras nuevas naturalezas residen en nuestros antiguos cuerpos carnales y están en guerra, uno contra el otro. La antigua naturaleza está muerta, pero la nueva naturaleza tiene que batallar con la antigua “tienda” en la que ya mora. El mal y el pecado aún están presentes, pero el creyente los ve ahora bajo una nueva perspectiva, y ellos ya no le controlan como antes lo hacían. En Cristo, ahora podemos elegir resistir al pecado, mientras que la antigua naturaleza no podía. Ahora tenemos la oportunidad de elegir, si alimentamos la nueva naturaleza mediante la Palabra, la oración y la obediencia, o alimentamos la carne, al descuidar esas cosas e involucrarnos con el pecado.
Cuando estamos en Cristo, “somos más que vencedores por medio de Aquel que nos amó…” (Romanos 8:37), y podemos regocijarnos en nuestro Salvador, quien hace posibles todas las cosas. En Cristo somos amados, perdonados y tenemos la promesa de salvación. En Cristo somos adoptados, justificados, redimidos, reconciliados y elegidos. En Cristo somos victoriosos, llenos de gozo y paz, obteniendo un verdadero significado de la vida. ¡Qué maravilloso Salvador es Cristo!
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