domingo, 6 de abril de 2014

¿Juntos o enemistados?

Hay algo en el sentido de lucha, común a todos los hombres. Saber que estás luchando por una causa por la que podrías morir, hace que tu vida valga la pena. No es lo mismo luchar por una causa ajena que por una propia, por una en la que realmente crees, por una causa que, piensas, puede cambiar el sentido de la historia, y crees que así, puedes aportar tu grano de arena a la humanidad.
“Decidimos morir sobre nuestros pies, antes que vivir de rodillas”, es una de las célebres frases que se usaron en las películas, en las que se cuenta la historia ficticia de una guerra entre los persas y los griegos. Los persas, eran más cantidad, con más recursos y parecía que tenían una victoria segura.
Pero sus contrincantes, los griegos, lo que tenían era la plena determinación, de que no había causa más grande que luchar por sus creencias, por su tierra, por su gente, por aquellos que habían dado su vida de una u otra manera, para que ellos pudieran vivir. Eso es lo que les movía, y se convirtieron en una fuerza tan imparable, que hizo que llegaran a convertirse en los enemigos que nadie quisiera tener. Eran como, extrapolando el término, como si fuéramos personas determinadas, firmes en nuestro proceder, que sabemos que tenemos un propósito, y que si todos cumplimos el lugar que nos corresponde, cuidando a todos los demás, será nuestra la victoria.
El mundo en el que vivimos, está esperando que comencemos a comportarnos como ese equipo de guerreros que tiene un propósito, que tiene un fin y sabe que tiene garantizada la victoria. Y aunque no la viéramos llegar, seguiríamos peleando sabiendo que lo que hacemos es importante, que nuestros hermanos dependen de nosotros, y que nuestro líder está en cabeza, guiándonos, llevándonos hacia esa victoria.
Esto deja de ser ficticio cuando vuelves tus ojos a la sociedad, donde pocos parecen decidir por muchos, y hacer lo correcto parece cada vez más lejano. Pero cuando vuelves los ojos a un equipo de personas, los cristianos, que amamos al mismo Dios y que, en vez de cuidarnos las espaldas, buscamos tener razón en otros argumentos, pero con Él, no nos preocupa que son ellos mismos, nuestros propios hermanos, los que están luchando en pos de Cristo; sí, luchan, pero con nosotros a su lado.

Todos corremos la misma carrera, todos peleamos la misma batalla. Dejemos entonces, de pelearnos entre nosotros. Miremos el sufrimiento que hay a nuestro alrededor y pensemos que desde ahora en adelante, no es acertado dejar que nadie dañe a un hermano nuestro. Seamos ese pueblo que no deja que nadie sufra y que luche solo, o que las injusticias se hagan cotidianas, como pasa en nuestros países vecinos.
Luchemos juntos esta buena batalla con las herramientas que Dios nos dio, y nunca más sentiremos que nuestras acciones fueron en vano.

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