martes, 29 de abril de 2014

Dios tiene lecciones en todo lado y a cada momento, si quieres verlas.

Hubo una época en que mi marido decidió ser granjero. Compró un molino de viento, algunas lámparas de aceite, colmenas, y un par de cerdos a quienes nuestro hijo les llamó, Lois y Clark.
Este par de cerditos me causarían muchos dolores de cabeza, desde el día en que los llevaron a casa.
Los habíamos atado muy bien y metido en sacos de transporte en la parte trasera de nuestra camioneta, pero estos lechones Houdini de alguna manera lograron liberarse; saltaron de la camioneta, y echaron a correr por las colinas.
Finalmente, logramos llevar esas resbaladizas criaturas a casa, pero sólo después de una dura búsqueda y persecución por el bosque.
Lois y Clark eran unos aventureros lechones, que pronto aprendieron a escalar al techo de su casita para saltar fuera de la valla. Automovilistas de la carretera cerca de nuestra casa, reportaban frecuentemente, haber visto “dos cerdos salvajes” corriendo entre los coches, y más de una vez, recibí llamadas telefónicas de vecinos enfadados, que los encontraron cavando en sus jardines de flores.
Por lo general la única que estaba en casa cuando los cerdos iban a “explorar” era yo, de modo que tenía que arreglármelas. ¿Cómo se puede convencer a dos cerditos a que te sigan y se queden contigo? Se requiere un buen cubo lleno de queso, cáscaras de manzana, y otros sobras de comida.
Cuando L y C crecieron, su dieta habitual ya no era la misma; ahora consistía en camiones de pan rancio, natillas viejas y productos lácteos, y sobras de comida de los restaurantes locales. Mantener a ese par de cerdos alimentados era un gran trabajo. Lois y Clark comían mucho, por no decir demasiado y, por supuesto, defecaban... ¡y mucho!
El montón de estiércol se convirtió en una montaña que permaneció en el campo y lo olvidé durante mucho tiempo, aún después de que Lois y Clark ya habían sido vendidos, para convertirse en tocino y chuletas de cerdo en algún congelador.
El verano siguiente, decidí plantar un huerto, cariñosamente lo fertilicé, lo regué y le di el cuidado diario, para descubrir con asombro al final de la temporada, que mis preciadas hortalizas eran insignificantes en comparación con los enormes tomates, pepinos, calabazas, etc. que habían surgido justo en el otro lado del patio. Sí, exactamente, allí, donde estaba la gran pila de estiércol.
¿A qué viene todo esto, sobre cuidados a los cerdos y el estiércol? Porque hay algo que aprender aquí: Dios tiene lecciones para nosotros en todo lado y a cada momento, si estamos dispuestos a verlas.
La mayoría de la gente ha sentido el dolor de ver destruidas sus esperanzas y sueños. ¡Todos hemos sentido alguna vez que la vida es una gran pila de estiércol!
Pero la Biblia dice que Dios puede producir belleza de las cenizas. Él puede tomar la maloliente, repugnante montaña de estiércol que pueda ser nuestra vida, y puede hacer crecer frutos de vida de lo que parece ser basura.
Así que hay esperanza, incluso en la cima de la pila de estiércol. Así como la basura y una pila de estiércol hizo crecer un jardín en mi patio, la basura en nuestra vida puede producir cosas buenas, y también nos ayuda a crecer.
Cabe preguntarse por qué Dios permite que el estiércol, a veces, se acumule en nuestras vidas, pero seguro que no es ninguna sorpresa o accidente. No puede ocurrir sin su aprobación. La bueno es que no tenemos que subir a las montañas de estiércol solos. Los problemas siempre vienen en la vida, pero tenemos una fuente de fuerza para sostenernos y que nos guía, tenemos la esperanza, el ingrediente esencial para ver más allá de la pila de estiércol.
Así que agarra una pala y empezar a cavar. Hay una cosecha en el otro lado. 
Dios está al frente de todo.
Isaías 61:3
A ordenar que a los afligidos se les dé gloria en lugar de ceniza, óleo de gozo en lugar de luto, manto de alegría en lugar del espíritu angustiado; y serán llamados árboles de justicia, plantío de
l Señor, para gloria suya.

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