Mi padre construyó una fábrica de dulces, creando oportunidades de trabajo en una localidad donde no había muchos. Cuando la economía se vio afectada en los setenta, también afectó a la fábrica de mi padre. Lo único que quedó de la fábrica fueron máquinas desconectadas y un local válido para refugiarse. Mi padre, quien había creado trabajos para otros, ahora estaba sin negocio y sin un trabajo propio. Se vio obligado a buscar un empleo en el área metropolitana más cercana, a tres horas de nuestra casa.
El tiempo de recesión había llegado y el mercado se volvió estrecho. La situación era desesperada, tanto para mi padre como para la familia. Él tomó el primer trabajo disponible, trabajando de noche como mecánico en la fábrica de otra persona y recibiendo el salario mínimo.
Había una docena de bocas que alimentar, una hipoteca por pagar y... un sueldo mínimo. El presupuesto no se ajustaba de ninguna forma, por lo que tuvo que hacer recortes por todos lados. Y la primera cosa que recortó fue el gasto de transporte personal, decidiendo no usar su coche para ir al trabajo; pero el transporte público desde la Ciudad de Nueva York a nuestra casa, tampoco se ajustaba a nuestro presupuesto, de manera que mi padre decidió quedarse en la ciudad de Nueva York toda la semana y venir a casa únicamente los sábados. Como mi padre quería ahorrar lo máximo, decidió ir a casa desde Nueva York haciendo "autoestop" en la carretera a los coches que pasaban.
Un jueves, mi padre estaba en la acera de una calle de Nueva York tratando de conseguir un transporte, pero nadie paraba y el clima era muy frío. El tiempo transcurría sin lograrlo, y por cada coche que pasaba, era como si mi padre recibiera un jarro de agua fría de disgusto.
Cuando mi padre me contó esta anécdota vivida, me dijo: “Fue tan malo… que lo único que me quedó por hacer fue cantar.”
¿Qué dijiste?, le pregunté..., no estaba segura de haberle oído bien.
Él sonrió y me dijo: “Algunas veces es tan malo lo que tienes que experimentar, que lo único que puedes hacer es cantarle a Dios.” "Desde el momento que tú echas fuera la tensión de un instrumento, éste no funcionará. Se necesita presión para que funcione.”
La música es una invención que siempre requiere tensión. Piensa acerca de esto. Un tambor consiste en una piel estirada que vibra, al repicar las baquetas que lo tocan. La guitarra es un instrumento que sólo funciona cuando las cuerdas están tensas. El piano funciona igual que la guitarra, bajo tensión. El clarinete, el oboe o la flauta, exigen presión de aire para que éste, a través de un espacio estrecho, salga a un espacio más amplio, y suene.
Todos los instrumentos funcionan bajo presión. Tan pronto como tú echas fuera toda presión, tu instrumento no funcionará.
David fue un pastor en el campo. Creció solo y allí, en su soledad, forjó su carácter. A través de las presiones diarias, a pesar de estar bajo la presión de Saúl que le quería asesinar, llegó a ser el Rey de Israel y autor de muchos de los Salmos. El dolor puede producir música.
Mi padre comprendió en su propia vida, que sólo los individuos que no huyen de la tensión diaria, llegan a ser instrumentos que producen música en el mundo. En un mundo finamente tensado, encontró su momento de presión para darle una respuesta adecuada. Vio cada desafío como una oportunidad. Cada vez que evitaba el dolor, sentía que había fallado, que la guitarra de su vida había perdido tensión.
Por esta razón, a cada momento de dolor, mi padre cantó llevando su música a este mundo.
La vida puede ser increíblemente dura, pero yo aprendí porque mi padre me enseñó, que si estoy en dolor el mundo me pide una respuesta. Hoy me siento digna de ser tomada en las manos de Dios para ser tocada por Él y, como mi padre y el Rey David, yo puedo tomar cada presión, dolor o tensión, y cantarle una canción a Dios y al mundo en el que vivo.
Algunas veces la vida es tan dura que lo único que te queda por hacer es cantar.
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