lunes, 10 de marzo de 2014

¿Quién Contra Nosotros?

¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?. Romanos 8:31.
Si no tienes ni idea de las fuerzas espirituales adversas que ejercen presión sobre ti, y que sin soltarte, se agarran a ti, como la gravedad que tira hacia abajo el peso de tu estructura física, o si tú inadvertidamente no las descartas del fin de tu vida, caerás en una de las trampas que te tiende el que odia tu alma. No tendrás ni la más mínima oportunidad para contrarrestar tu condenación, y mucho menos para liberar a otras personas de lo que les tiene destruidos. Si por otra parte, cada adversidad de tu vida la atribuyes a fuerzas que están más allá de tu control, caes en otras redes: autodefensa, inmadurez irresponsable e impotencia espiritual.
Tus propias decisiones son las responsables, en gran parte, de cómo acaban las cosas en tu vida, pero no son las únicas responsables de todas las consecuencias que afrontas. Estamos atrapados, más de lo que crees, en medio de una gran lucha entre el bien y el mal, entre los caminos de Dios y todos los demás caminos.
En términos generales, nuestra cultura tiene una definición incompleta e inadecuada de la maldad. Principalmente, tendemos a pensar en ella en términos extremos, tales como asesinos en serie, rituales satánicos grotescos, o timadores que hacen de los ancianos su presa... Pero la maldad se exhibe de muchas otras formas, muchas veces sin llamar la atención. Por ejemplo, el cáncer es parte de la maldad, como también lo es la amargura. Hasta las pequeñas observaciones "más o menos chistosas”, aparentemente sin importancia, que critican y son cortantes, son parte de la maldad.
La maldad puede ser tan obvia como un temperamento violento, o invisible como la envidia y la falta de autoestima. La Biblia retrata la maldad no como un poder tipo película de horror: espantoso, lleno de imágenes de suspense o terror, de trazos oscuros y de criaturas salvajes por las que escurre sangre que acechan a los seres humanos. Así es como Hollywood engaña al mundo. No, la maldad real no es tan dramática o cautivadora en su personificación. La maldad en sí rara vez genera horror al estilo Halloween, aunque sí lleva a las personas a hacer cosas espantosas y horrorosas. La maldad produce miseria, desgracia, desesperación, dolor y pérdida. Lo que la Biblia describe como maldad son los ataques, causantes de impactos lastimosos y angustiosos, sobre los hijos de Dios: todas las desgracias causadas por ajenos a ellos, los afanes, las aflicciones, las penas y los problemas traídos a nuestras vidas.
La verdadera naturaleza de la maldad casi no tiene nada que ver con los seres y poderes que, según Hollywood, la ejercen. Las fuerzas de la maldad no son como los personajes de una novela de ciencia ficción, que reciben poder de energías alternativas, dignas de una película con efectos especiales. La maldad no tiene características propias, no tiene casi rasgos distintivos. Es como la injusticia y el vacío, traídos por esas criaturas a un anciano solitario y frágil que está en una casa sucia de asistencia, con una máscara de oxígeno atada, mientras espera las semanas que le quedan de vida, vida que ha sido consumida por el cáncer.
Las fuerzas de maldad actúan como mosquitos. La maldad es lo que sucede cuando la malaria, que precisamente traen esos mosquitos, consume la vida de una niña quitándole su sonrisa y sus días. La maldad es algo que conlleva pérdida, destrucción y muerte; desolación vil y total, y se opone a todo lo que Dios desea para nosotros. Intenta oponerse al crecimiento que Dios anhela darnos y protesta por la obra creativa y restauradora del Señor en las vidas de Su pueblo. La maldad es, nada más y nada menos, que el futuro perdido y la relación que siempre acompaña a la muerte.
Hoy sé que aunque la maldad se levante contra mí, Dios es más fuerte y me sostendrá.
Señor, gracias por darme la fuerza y la victoria en medio de las pruebas de la vida. Te sigo fiel a pesar de los ataques. Amén.

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