Dice la Escritura, en el capítulo 2 del libro de Marcos, que cuatro amigos venían cargando a un
paralítico postrado en su lecho. Como a causa de la multitud no podían llegar a
Jesús, hicieron un hueco en el techo de donde Jesús se encontraba y por allí le
bajaron para que le diese su bendición. Jesús, al ver la fe de ellos, le dijo
al paralítico: “Tus pecados te son
perdonados”. Pero conociendo los pensamientos de los escribas que se
encontraban allí, agregó: -¿Qué es
más fácil, decir al paralítico: Tus pecados te son perdonados, o decirle:
Levántate, toma tu lecho y anda? Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre
tiene potestad en la tierra para perdonar pecados, (dijo al paralítico): A ti
te digo: Levántate, toma tu lecho y vete a tu casa. Entonces él se levantó en
seguida, y tomando su lecho, salió delante de todos, de manera que todos se
asombraron, y glorificaron a Dios, diciendo: Nunca hemos visto tal
cosa (Marcos 2:9-12).
Tanto es así, que un día nos dimos cuenta de que habíamos estado
remando durante años sin llegar a ninguna parte, aportando denodados esfuerzos
a diversas causas y cosas sin obtener resultados, sembrando para cosechar
frutos insignificantes, bebiendo sin poder aplacar la sed. Nuestro empeño
siempre fue querer agradar a Dios y hacer las cosas bien, sin embargo las cosas
no salían así. Con desolación y desesperanza veíamos cómo otros que no aman a
Dios, ni les importaba, vivían una vida de forma irresponsable delante de los
ojos de Dios y progresaban, mientras nosotros íbamos en franca marcha atrás.
Sembráis
mucho, y recogéis poco; coméis, y no os saciáis; bebéis, y no quedáis
satisfechos; os vestís, y no os calentáis; y el que trabaja a jornal recibe su
jornal en saco roto. Así ha dicho Jehová de los ejércitos: Meditad sobre
vuestros caminos. Subid al monte, y traed madera, y reedificad la casa; y
pondré en ella mi voluntad, y seré glorificado, ha dicho Jehová. Buscáis mucho,
y halláis poco; y encerráis en casa, y yo lo disiparé en un soplo. ¿Por qué?,
dice Jehová de los ejércitos. Por cuanto mi casa está desierta, y cada uno de
vosotros corre a su propia casa.
(Hageo
1:6-9 RV60)
Hoy he escuchado la voz del Señor. Me emociona más
escuchar: “Tus pecados te son perdonados” que “toma tu lecho y
vete a tu casa”, como dice en otro de los Evangelios. El caso es que durante
años estuvimos ocupados en nuestras propias prioridades, sin poder reconocer
que “nuestras prioridades” no son ni deben ser las nuestras, sino las
prioridades del plan de Dios para nuestras vidas. Durante años creí haber
estado ocupado en los negocios del Padre a través del ministerio que Dios me
dio, pero evidentemente no fue así, toda vez que el resto de mi familia no
estaba ocupada, al menos como debe estarlo, en los asuntos del Padre, y esa era y es mi responsabilidad.
Hoy he
escuchado la voz del Señor que me dice: “Tus pecados te son perdonados”. Tomar
mi lecho y andar sólo ha sido una consecuencia de la liberación que sobreviene, cuando el perdón me ha liberado de la carga. Nada más tomar la decisión de
volver a la iglesia de mis raíces y cambiar las prioridades en la dirección de
Dios, lentamente las cosas comenzaron a retornar a sus cauces normales; un cielo
negro y tapado de gruesos nubarrones de tormenta comenzó a despejarse, para
dejar lugar a unos tímidos rayos del sol.
Mucho camino
por recorrer, aún falta mucho por hacer; pero como dice un viejo proverbio
oriental: “Toda
travesía, no importa la gran distancia que haya que recorrer, comienza con un
paso”. Hoy tomo mi lecho, abandono la parálisis y
ando.
Que el Señor te
dé su bendición y te guíe a encontrar tu servicio y ministerio, a estar ocupado
en las prioridades del Padre. El resto, para tus necesidades y para que te
sobreabunde, vendrá en forma de oportunidades que sabrás discernir, aprovechar
y tomar a su debido tiempo.
Porque somos hechura suya,
creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de
antemano para que anduviésemos en ellas.
(Efesios
2:10 RV60)
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