viernes, 21 de marzo de 2014

No se desespere… espere en Dios

No podía conciliar el sueño. Eran las tres de la madrugada, y no hacía otra cosa que dar vueltas en la cama. Lo intentó una vez más, miró el reloj y se dio por vencido. En la ciudad, adornada con luces como un cielo poblado de estrellas, soplaba una suave brisa. Darío se asomó a la ventana y dejó que le bañara el fresco amanecer. ¿Encontraría solución para sus problemas? Probablemente, pero si había algunas, no sabía donde hallarlas.

Su esposa Laura llevaba una semana en casa de sus padres. Se había llevado los dos hijos pequeños. No quería saber más de él. “Además de que andas coqueteando con todas las mujeres, ni siquiera llegas temprano a casa. Todo lo inviertes en trabajar y nosotros no somos nada para ti”, le gritó en medio de lágrimas mientras subía al coche con los pequeños.

Las cosas no iban nada bien en lo personal. Tenía problemas con su jefe inmediato superior. Incluso ese día tuvieron un cruce de palabras. ¿Y de dinero? Mal. Compromisos con los amigos, beber los fines de semana y apostar en el fútbol le tenían al borde de la ruina.

¿Había alguna salida al laberinto? Miró la Biblia que su esposa leía con regularidad. Estaba en la mesita de noche, y decidió curiosear. Y abrió un pasaje que impactó su vida: “Quédate quieto en la presencia del Señor, y espera con paciencia a que él actúe. No te inquietes por la gente mala que prospera, ni te preocupes por sus perversas maquinaciones.” (Salmo 37:7. NTV)
Una y otra vez miró las líneas. En pocos minutos las memorizó. Las repetía despacio. ¿Podría Dios ayudarle? Con sus palabras, algo incoherentes, habló con el Señor. Lo hizo con sinceridad... y sintió descanso.

Dos días después decidió llamar a Laura. Había orado una y otra vez y sintió que ella le daría la oportunidad de regresar. Al comienzo ella estaba muy seca, es más, algo reacia. Lo revelaba el tono de su voz. Finalmente le dio una luz de esperanza: “Si veo que realmente has cambiado, hablamos. Quiero ver tus cambios”, insistió.
El cambio fue progresivo. En ese momento, cuando estaba en medio del laberinto, fue cuando decidió buscar a Dios. ¡Y lo encontró! Su vida experimentó cambios progresivos. Esperó en el Señor, aprendió a hacerlo, porque reconoció que sólo con sus fuerzas no cambiaría ni recuperaría a su familia. Dejó que Su Hacedor obrara. Y Él sí sabe cómo hacerlo.

Darío y Laura regresaron al mismo techo. Él reconoció que su familia valía la pena, y hoy tiene un gran compromiso con ellos. No desperdicia tiempo alguno para reunirse con su cónyuge y sus hijos. “Todo comenzó a cambiar, hasta en el trabajo”, reconoce. Hoy vive de forma totalmente diferente.

“Por medio del Espíritu Santo, tenemos acceso al poder divino cada minuto del día. Si renunciamos a tener el control y dependemos del Señor, seremos capaces de encontrar la fortaleza que solo Él puede dar. Si nuestros familiares o nuestros amigos nos hieren, su presencia nos dará consuelo y ayuda para perdonarles.”

Todas las personas podemos cambiar. Basta con que nos sometamos en manos de Dios. Él nos ayuda. No estamos solos en el proceso. Hoy es el día para que tome la decisión, usted mismo experimentará una vida plena y en su hogar todos se lo agradecerán. Decídase por Cristo. No se arrepentirá.
Si no ha recibido a Jesús como Señor y Salvador, hoy es el día para que lo haga. Le aseguro que no se arrepentirá.

“Amado Padre celestial, te damos gracias por esta nueva oportunidad de vivir. Reconocemos que si tu reinas en nuestro hogar, los problemas por grandes que parezcan, se pueden resolver. Nos sometemos en tus manos porque sabemos que eres sabio y nos das sabiduría para encontrar sabiduría en medio de los conflictos. Sometemos nuestras vidas en tus manos. Amén”

Aunque haya muchas dificultades, no me dejaré arrastrar por la desesperanza, sino que, junto con mi familia, esperaré en Dios.

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