“Respondió
Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del
Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios.”
Juan:
3.5
Cierro mis ojos
y trato de imaginarme a Nicodemo de noche, quizá temeroso, entrando en la casa
de Jesús y mirando a todos lados para que nadie le viera, porque quería tener
una conversación en privado con Jesús: era un fariseo, un maestro de la Ley
bastante mayor pero estaba inquieto; probablemente había escuchado a Jesús
hablar en la calle, en las plazas o en la Sinagoga, o sabía de Él porque era el tema principal de aquellos días; tenía no sólo un conocimiento
intelectual de la Ley, sino que en su corazón reconocía que ese hombre no era
como los otros, era especial, hablaba con autoridad, le rodeaba una atmósfera
de santidad, de poder, su boca destilaba sabiduría, atraía a las multitudes,
estaba lleno de gracia y de amor, de compasión; su cercanía, su presencia
producía seguridad, paz… Así que, la necesidad de ir a verle pudo más que el
temor de ser descubierto y finalmente se decidió a visitar a Jesús y sostener
con Él esta conversación que es la parte esencial, central y fundamental del
cristianismo.
Jesús lo ratificó en la fiesta
de bodas a la que fue con su madre y sus hermanos cuando convirtió el agua en
vino, también durante la muerte de Juan El Bautista, y en sus parábolas, para
finalmente confirmarlo con su propia vida, muerte y resurrección, mostrando que
es El Señor de la vida y de la muerte; posteriormente, a través del mensaje del
Apóstol Pablo, vemos nuevamente este tema cuando éste habla acerca del viejo hombre
o la vieja naturaleza y el renacimiento del nuevo hombre, del avivamiento del
espíritu.
Nacer de nuevo
es la regeneración del espíritu, de la vida y, consecuentemente, de la
reconciliación con Dios nuestro Padre, y no podemos nacer de nuevo si no nos
bautizamos; sí hermanos, el bautismo es el compromiso, la alianza, el pacto que nos recuerda que enterramos en el agua toda nuestra vida pasada, que nos
arrepentimos de nuestros pecados, y aceptamos y abrazamos una nueva vida, una
nueva identidad, un segundo nacimiento. Nacemos de nuevo, y esto es muy
importante porque es el medio por el cual somos sellados, marcados y separados
para Cristo.
Por eso, hermanos y hermanas, sin importar el tiempo que llevemos en el cristianismo, la pregunta clave es: ¿soy realmente una nueva criatura en Cristo?, y si es así, ¿cuánto hay de mí y cuánto de Cristo en mí? Si al menos es un poquito, más o menos, o mucho, esa cantidad, la que sea, debe ser semejante a Él; es lo que la gente verá de nosotros, captará, sentirá, y podrá ver a Jesús a través de nuestro ser, de nuestra manera de actuar, de pensar y de sentir,... ¿o seguimos siendo los mismos? ¿Estamos creciendo y fortaleciéndonos cada día o simplemente somos oidores de La Palabra y aún no nos decidimos a entregarle nuestra vida a Cristo? ¿Podemos decir, como decía el Apóstol Pablo: "Ya no vivo yo, sino es Cristo quien vive en mí"?
De nuevo la pregunta: Si hoy nacieras de nuevo, ¿qué harías? ¿Cómo vivirías tu vida? ¿Qué
corregirías, cómo actuarías, cómo pensarías? ¿Qué ha significado en tu vida
tener un encuentro personal con Jesús? Y si lo has tenido, ¿en qué te ha
cambiado?
Es frecuente oír otra pregunta en seminarios de ayuda o crecimiento personal: ¿Cómo se
ve dentro de 5 o 10 años? ¿Qué se ve haciendo y con quién?, ... pero no sería
lo correcto para un cristiano, mirar atrás 5 o 10 años. ¿Antes, cómo era?,
¿cómo reaccionaba?, ¿vivía lleno de ira, resentimiento, era agresivo,
incrédulo, infeliz o infiel?, y en contraste, ¿cómo se ve ahora?, ¿aquí y
ahora? Seamos honestos y reconozcamos con un corazón rendido y agradecido a nuestro Cristo, el cual hizo posible que naciéramos de nuevo, que tuviéramos
una segunda oportunidad y que está trabajando en nuestras vidas para
transformar, formar y regenerar nuestro carácter, nuestra vida y nuestras
relaciones. ¿Dónde estaría yo hoy, si Cristo no hubiera tenido un día
misericordia de mí?
“Pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero
la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo.”
Juan. 1:17
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