Como un madero en alta mar
“Cuando llegó el momento en el que me vi tal como era en realidad, un xenófobo racista digno de lástima, un hipócrita que se disfrazaba con el evangelio mientras vivía el anti-evangelio; cuando llegó ese momento, me tuve que agarrar, como quien se está ahogando, a la promesa de la gracia para toda la gente que se merece lo opuesto. Gente como yo.” (Philip Yancey).
La figura que Philip Yancey hace de la gracia de Dios, realmente emociona. No podemos por menos, que sentirnos totalmente identificados con ella, aun no habiendo sido, ni siendo racistas, pero sí habiendo prejuzgado, incluso discriminado tan sólo por las apariencias, actitudes o el aspecto de las personas, creyéndonos, inconscientemente, un escalón por encima de nuestros prójimos.
Podemos comprobar y reconocer que, nuestra vida es el resultado de muchas malas decisiones, pensamientos y convicciones erradas. Por ello, a pesar de lo abatidos que nos sintamos, sin ningún ánimo, debemos aferrarnos con todas las fuerzas, a cualquier madero flotante que haya en alta mar, al madero de la Gracia de Dios. Ya que si hay algo que la Voluntad de Dios no puede, ni va a hacer, es llevarnos a donde la Gracia de Dios no pueda alcanzarnos.
Amada(o): Tenemos todo el “derecho” de sentirnos abatidos y derrotados. Lo que no podemos es renunciar a depender totalmente de la Gracia de Dios. Absolutamente inmerecida, por cierto, si no no sería “gracia”; pero disponible para todos y cada uno de nosotros en cantidades infinitas, insuperables. Ésta nos ayuda a seguir, a ponernos de pie una vez más con cada caída. A ponerle la otra mejilla a las bofetadas de la vida, a continuar a pesar de todo.
Dios te ama. No importa quién eres ni lo que hiciste de tu vida. Y si hay algo que Él no puede hacer, es ponerte lejos del alcance de su propia gracia.
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