Si se quitara la frase “yo estoy contigo” de la Biblia, no leeríamos ni la mitad de las grandes proezas de los hombres de Dios que allí se narran. Fijémonos detenidamente en los relatos en los que Dios comisiona a los suyos para cierta tarea, y nos daremos cuenta, que el Señor no suele dar muchos detalles de las misiones que asigna. No explicaba lo que debía ocurrir paso a paso, ni cómo actuar en cada ocasión. Él esperaba simplemente que, aquellos que trabajaban en sus asuntos confiasen en Su divina sabiduría y propósito. Esa era y es, la manera de Dios para que sea por fe y no por vista. Es cierto que no les decía mucho, pero tampoco les decía poco. Les decía lo suficiente, exactamente lo que necesitaban. Sobre todo, les aseguraba que Él estaría en cada tramo del camino. Era lo que realmente necesitaban oír para llegar a hacer lo que hicieron.
“Yo estoy contigo” fue la frase que convenció a Isaac de quedarse en Gerar y no bajar a Egipto a pesar de que el hambre azotaba la tierra (Génesis 26:3,24). Fue esta gran promesa la que le dio confianza a Jacob para no temer por su futuro y creer en que Dios haría todo cuanto le había dicho a sus antepasados (Génesis 28:15). En momentos de gran inseguridad nacional, Israel recibió de Dios esta sublime declaración, como prueba suficiente de que todo iría según la agenda del cielo (Isaías 41:10; 43:5). Jeremías fue confortado una y otra vez, con la promesa de la compañía segura de Dios en momentos de gran inestabilidad y peligro (Jeremías 1:19; 15:20). La reconstrucción del templo de Salomón parecía un ideal inalcanzable para una nación empobrecida por el cautiverio, hasta que Hageo se levantó con voz profética, para declarar de qué lado estaba Dios (Hageo 1:13). Jesús le prometió a sus seguidores que estaría con ellos hasta el fin del mundo (Mateo 28:20). “Yo estoy contigo” ha sido, sin dudas, la fuerza centrífuga que ha hecho que a lo largo de la historia tantas batallas se ganaran y que el evangelio llegara a todas las regiones del Orbe.
“Yo estoy contigo” ha sido el bastión al que se han agarrado los creyentes perseguidos del mundo entero. Mediante la fe en esta declaración, han sido sostenidos para permanecer en pie cuando temblaba todo alrededor. Cómo explicar si no, que la Iglesia haya podido continuar adelante a pesar de sufrir la segregación, la intolerancia y los intentos de exterminio que padeció. La convicción de que Dios no olvida ninguna de sus promesas le ha dado fortaleza y consuelo. La cálida presencia de Dios ha sido el aliciente permanente, que han disfrutado los creyentes en los momentos más aciagos que les ha tocado vivir. Naciones como Arabia Saudita, Sudán, Somalia, Yemen, Corea del Norte, Laos, Vietnam, China, Irán, Marruecos, Libia, Egipto y Argelia persiguen a los cristianos por su fe, y cada año mueren por causa del evangelio más de 160.000 creyentes. Lo único que revitaliza a la iglesia en estos sitios es la promesa inquebrantable de Dios, su presencia y gracia.“Yo estoy contigo” fue la promesa que le bastó a Pedro Cameron Scott para fundar la misión en el interior del África. A Hudson Taylor para llevar la obra misionera a las treinta provincias de China, en una de las proezas evangélicas más grandes de la historia. A Christian David para llevar la Palabra a Groenlandia. A María Slessor para hacer obra pionera en Calabar, África Occidental, etc. La lista sería interminable, pero ha de mencionarse aún a William Carey, evangelista de la India; a Héctor McMillan, misionero y mártir en el Congo por los rebeldes Simbas; y otros muchos, que por la fe hicieron hazañas de renombre para la gloria de Dios.
Se dice a menudo que se necesita esto o aquello para conseguir vencer cierto desafío espiritual, y parece indudable que así sea. Pero no posterguemos una conquista por la ausencia de condiciones o la falta de recursos. Si Dios ha dicho que estará a nuestro lado, comencemos la tarea sin saber cómo serán suplidos los detalles pero confiados del control de Dios. Si la gran promesa de Dios les sirvió a nuestros consiervos del pasado, nos servirá a nosotros en el presente y en el futuro. No queramos saber de cierto todas los asuntos de los propósitos del Señor, tan sólo dejémonos guiar por Él. Un “estoy contigo” de Dios vale más que las oportunidades, los recursos, el talento o el empeño en hacer algo.
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