miércoles, 19 de febrero de 2014

Raíces solidas

Cualquiera puede quitarte tu posición pero nadie puede quitarte tu lugar. 
En la sociedad de hoy día las estrellas son muchas y más aún si son fugaces. Existen muchas tendencias que causan sensación de la noche a la mañana, sin embargo, son las raíces las que logran que un árbol permanezca en tiempos de tormenta, y son las raíces las que logran la estabilidad y el éxito en una persona.
El árbol de bambú es un ejemplo perfecto de cómo al principio se siembra una semilla, se abona y se riega constantemente sin que suceda nada impresionante en los primeros años. De hecho, se estima que el bambú no crece nada en absoluto durante los siete primeros años. Pero llega el séptimo año y en unas semanas crece casi 30 metros. Las personas, que no han vivido un proceso similar al de la planta, podrían pensar que el crecimiento se dio en unas breves semanas, pero la realidad es que pasaron años antes de ver un resultado. 
Igual sucede con muchas carreras exitosas, que no están basadas sólo en el ingenio, talento, buena suerte o apariencia física, sino, además y sobre todo, en una constancia y un arduo esfuerzo que llevan tiempo. 
¿Cuál es el común denominador de los que llegan a la cima de su carrera y se mantienen con éxito mucho tiempo?  La respuesta más exacta es el proceso de madurez; mientras más profundo sea el trabajo, mientras más constante sea, más extensa es la permanencia.
La Biblia nos dice que nosotros somos “como árboles plantados junto a corrientes de aguas, que dan su fruto en su tiempo y su hoja no cae”. Bien pudo haber dicho Dios que daríamos fruto “fuera de tiempo”, después de todo se utiliza esta frase en otros temas; sin embargo, nuestro Creador dice que existe un espacio determinado para dar frutos. Este proceso por el que todos tenemos que pasar se llama tiempo. Una vez establecido el crecimiento, con la ayuda de Dios se afirma su lugar (su cuando).
Si tenemos sabiduría podremos sembrar, abonar, regar, y si permanecemos veremos los frutos de nuestra labor recompensados. Tratar de correr una carrera para llegar a la cumbre, sin antes asegurarnos de tener nuestras raíces bien cimentadas, es como plantar una palmera en tiempo de huracán, para ver tristemente cómo se la lleva el viento. 
Enraizarnos a Dios y permitir que Él nos ayude a crecer, más que posicionarnos, es tener un lugar propio. 

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