Tiempo atrás, una empresa de servicios de telefonía celular anunciaba con ímpetu y entusiasmo algo así como: “¿Angustiado? ¿Solo? ¿No sabes qué hacer? Manda la palabra ‘Dios’ al nº …”
No es el propósito ni el enfoque del presente escrito, emitir opinión ni concepto alguno sobre esta clase de servicios. De lo que sí estamos seguros, es de que no es Dios quien va a cobrar esas llamadas de texto, y no nos cabe ninguna duda de que las personas suscritas al servicio, van a leer en las pantallas de sus móviles exactamente lo que esperan y quieren leer.
No es el propósito ni el enfoque del presente escrito, emitir opinión ni concepto alguno sobre esta clase de servicios. De lo que sí estamos seguros, es de que no es Dios quien va a cobrar esas llamadas de texto, y no nos cabe ninguna duda de que las personas suscritas al servicio, van a leer en las pantallas de sus móviles exactamente lo que esperan y quieren leer.
Afortunadamente nuestro amado Dios no obra así. Nos ha suministrado una línea directa sin coste alguno, a través de la cual podemos mandar todos los mensajes multimedia que queramos. A través de la oración no sólo podemos enviarle palabras, sino que también podemos mostrarle textos, y presentarle a Dios las imágenes que vienen a nuestra mente y las que se encuentran delante de nosotros, sonidos y vídeos inclusive, y ¡en vivo!…
Dependiendo del grado de profundidad e intimidad de nuestra oración, hasta es posible enviarle y presentarle a Dios cortos de pasajes de nuestra vida completos, tan “completos” que hasta pueden incluir nuestras sensaciones más íntimas, esas que se encuentran arraigadas en lo más profundo del alma, que no hay ningún dispositivo electrónico en el planeta capaz de reproducirlas ni transmitirlas, que ni tan sólo es posible describirlas con palabras (Romanos 8:26).
Este servicio es absolutamente gratuito para nosotros. Sin embargo, pagado a un elevadísimo precio por quien tuvo a bien “abrir la línea”. Estamos ante un Dios que, a diferencia de muchos “dioses”, en lugar de exigir sacrificios de vidas optó por ofrecerse Él mismo, ofrecer el sacrificio de su amado hijo en una cruz en el Calvario hace más de dos mil años. La muerte del amado Hijo Jesús fue el precio. Sin más palabras, Gracia Divina pagada a un alto precio por quien tiene a bien entregarla, y a título absolutamente gratuito para quien la recibe.
Pero en todo esto, amada, amado del Señor, muchas veces Dios no nos habla ni nos da a leer lo que esperamos y queremos escuchar o leer. En la intimidad de la oración o del estudio bíblico, las palabras de Dios a veces se tornan ríspidas, ásperas, violentas y de una medida tal, que se nos hacen difíciles de asimilar en nuestra humanidad racional y corrupta, casi imposibles de alcanzar.
En una rápida mirada hacia atrás, si bien hubo momentos felices, vemos también las pruebas que afrontamos y lo difícil que ha sido nuestra vida a través de los años. Enfermedades, fobias, angustias, miedo, soledad, rechazo, marginación, discriminación y "aparteid", son algunas de las palabras que afloran a nuestra mente. Y no es resentimiento ni queja, se trata de objetividad; porque si bien esos amargos pasajes de nuestra vida Él ya los ha visto y presenciado, hoy podemos mostrárselos de nuevo nosotros mismos a Dios desde lo profundo de nuestro corazón, a través del canal de la íntima oración.
Todo esto no lo hacen los servicios de mensajes de texto, pero eso no es lo mejor de esta historia, no es la pequeña y exquisita frutita roja que corona el postre más delicioso.
Lo mejor está por venir, toda vez que la oración es también una forma de sembrar en la tierra más fértil de todas. Una tierra que no es de este mundo, una tierra que es nada más y nada menos que EL CORAZÓN DE DIOS.
“Todo lo que sufriste lo tuviste que remar, y hoy es el momento de gloria, de cosechar tu siembra…". Anoche, cuando el Señor irrumpía en mi mente con esta reflexión, cobraban un significado nuevo y aún más profundo e íntimo las palabras del Señor:…pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará. Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna.
(Gálatas 6:7b-8 RV60)
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