viernes, 10 de enero de 2014

Promesa cumplida

agradecidoLe has concedido el deseo de su corazón y no le negaste la petición de sus labios. Salmo 21:2.
Cuarenta días después de que Jesús naciera, sus padres le llevaron al templo de Jerusalén para presentarle delante de Dios, como lo ordenaba la ley de Moisés.
En ese tiempo había un hombre llamado Simeón, que obedecía a Dios y le amaba mucho. El Espíritu Santo estaba sobre él y le había revelado que no iba a morir sin ver antes al Mesías, tal como Dios le había prometido.
Aquel día, el Espíritu Santo le ordenó a Simeón que fuera al templo. Cuando los padres de Jesús entraron con el niño, él lo tomó en sus brazos y alabó a Dios diciendo:
-“Ahora, Dios mío, puedes dejarme morir en paz ¡Ya cumpliste tu promesa! Con mis propios ojos he visto al Salvador, a quien tú enviaste y al que todos los pueblos verán. Él será una luz que alumbrará a todas las naciones y será la honra de tu pueblo Israel”.
José y María quedaron maravillados por las cosas que Simeón decía del niño. Él les bendijo y dijo a María:
-“Dios envió a este niño para que muchos en Israel se salven y para que otros sean castigados. Él será una señal de advertencia y muchos estarán en su contra. Así se sabrá lo que en verdad piensa cada uno”.
Posiblemente, al igual que Simeón, el Espíritu Santo confirmó en tu corazón que cumpliría algo en tu vida, pero como hasta el momento no se hizo realidad, dudas que se pueda cumplir. No permitas que ningún pensamiento ni sentimiento haga que tu fe y confianza en Dios se debiliten, porque Él nunca te falló ni lo hará.

Si todavía no recibiste lo que más anhela tu corazón, no pierdas la esperanza porque Dios en su tiempo y conforme a sus planes te lo dará. Sólo debes mantenerte firme, doblar tus rodillas cada vez que te sientas débil y triste, y buscar a Dios cada mañana para que recibas de Él las fuerzas y la paz que necesitas hasta que ese deseo se cumpla.
¡Bendito seas, Dios mío, por atender a mis ruegos! Tú eres mi fuerza; me proteges como un escudo. En ti confío de corazón, pues de ti recibo ayuda. El corazón se me llena de alegría, por eso te alabo en mis cantos. Salmos 28:6-7
Lo que Dios espera de ti es que deposites toda tu confianza en Él.

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