viernes, 3 de enero de 2014

Aunque no te pueda ver

En una vieja casa en las afuera de la ciudad, una familia disfrutaba de su cena en un ambiente de paz y armonía. De repente vieron una llamarada de fuego que rápidamente se fue extendiendo por toda la casa.
Todos lograron escapar a excepción del hijo mas pequeño, quien había quedado atrapado en el tercer piso. Las ardientes llamas habían terminado de consumir las escaleras y sólo era cuestión de minutos que los cimientos cediesen y la casa se derrumbase.
El padre, desesperado, se acercó lo que pudo a la ventana que daba a la habitación del pequeño y comenzó a gritarle. El niño no podía ver nada por el espeso humo acumulado, pero se guió por la voz de su padre. Como pudo llegó a la ventana y asomando su cabeza gritó, “¡Papá, papá! ¿Cómo hago para escapar?”
fire“Aquí estoy, déjate caer y yo te recibiré en mis brazos”, gritaba su padre. El niño con dificultad, logró salir por la ventana, pero aterrorizado por el vértigo quedó inmovilizado aferrado al barandal.
“Suéltate y déjate caer”, gritó nuevamente su padre. Pero el espeso humo que salía por la ventana, no le dejaba ver nada, y entonces el niño gritó de nuevo “no puedo verte papá”. 
-“Pero yo sí te veo, aquí estoy, ten confianza, suéltate que yo te agarraré” gritó su padre. Pero el niño con voz temblorosa sólo gritaba “Tengo miedo.”
El niño, sabiendo que le urgía tomar una decisión, recordó cuántas veces se sintió seguro en los brazos de su padre. Entonces el pequeño recobró la confianza y se dejó caer.
A los pocos instantes se halló sano y salvo, en los brazos de su padre.
Salmos 121:2-4 dice: “Mi socorro viene de Jehová, que hizo los cielos y la tierra. No dará tu pie al resbaladero, ni se dormirá el que te guarda. He aquí, no se adormecerá ni dormirá. El que guarda a Israel.”
A veces nos pasa que el humo provocado por alguna circunstancia es tan espeso que nos impide ver la salida, nos sentimos solos, desesperados y a punto de desfallecer. Necesitamos, como ese niño, escuchar la voz del Padre, la única que nos ofrece seguridad ante una situación sumamente amenazante. La Palabra de Dios es una de las formas en las que Él nos habla. Toma tu tiempo cada día para escuchar su voz.
Algunas veces el Padre nos animará a que demos un salto, o sea, a que nos soltemos y caigamos en sus manos confiando en Él. Es como renunciar a nuestra lógica y encomendarnos ciegamente en sus manos. La razón nos dice que nos aferremos a lo que vemos, pero la fe nos dice que confiemos en Dios aunque no le podamos ver.
El niño de la historia tomó la decisión de soltarse y confiar en que su padre le salvaría. Seguramente los segundos que pasaron cuando estaba cayendo serían angustiosos, pero rápidamente fueron recompensados al sentir la seguridad de los fuertes brazos de su padre.
A menudo la vida nos presenta situaciones que son oportunidades para activar nuestra fe. Sólo el que es capaz de soltarse y confiar, puede alcanzar la recompensa de la paz y seguridad que Dios nos da.
El que es capaz de confiar en Dios por encima de sus propios razonamientos, podrá ver cómo Él se ocupa de esa dificultad que parecía infranqueable.
Esto es algo reservado para los que se aferran a sus promesas, para los que escuchan su voz aunque no le puedan ver.

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