Cuando leo la historia de Jonás, a quien Dios le mandó ir a predicar a Nínive y él se tomó el barco para el lado contrario, no puedo por menos que sentirme profundamente identificado con él. Debo reconocer que yo intentaría lo mismo. Puedo ser muy desenvuelto a la hora de decir algo por escrito, pero soy extremadamente tímido y me cuesta toda una odisea acercarme personalmente a los demás. Y ni hablar de subir a un púlpito y decir algo ante un auditorio lleno de gente. Sufro de crisis de pánico cuando me toca decir algo ante una audiencia. Obviamente lo mío es la palabra escrita. Aunque, humildad y nobleza obliga, debo reconocer que así como mis escritos han sido de gran bendición para muchas personas, también he podido hacer lo contrario, daño a través de la palabra escrita. Desde estas líneas, humildemente pido perdón por ello. Es por esto que me permito una vez más insistir, en que si algo bueno has visto en mí, se lo debes al Señor y nada más que a Él.
En unas cuantas oportunidades, he recibido correos electrónicos de personas de distintas partes del mundo que no me conocen, que me dicen “pastor”. Con mucho tacto, respeto y diplomacia, en cuanto se presentó la oportunidad apropiada aproveché para hacer conocer a mi interlocutor: “gracias, pero no soy pastor”. Y unas cuantas personas que me escribían, dejaron de hacerlo después de esta declaración. Pero más allá de esto, debo reconocer que tanto el “título equivocado de pastor” como mi respuesta, siempre me han dejado una mezcla de vacío y de interrogación dentro de mí. “¿Y por qué no...? podría ser pastor”, pregunta que siempre quedaba en mi mente cada vez que una situación como esta se presentaba.
La primera vez que tuve esta clase de inquietud fue poco después de conocer al Señor. Hacía tiempo ya que me congregaba en la iglesia, la misma a la que hoy asisto después de tanto tiempo, y el pastor me pidió que pasara al púlpito, ante un templo lleno de gente, a leer una porción de las Escrituras. En ese momento no tuve inconveniente en hacerlo, pero cuando bajé alguien me dijo: “parecías un pastor”, por lo que poco después le pedí al pastor una audiencia de consejería en su oficina, y le dije que creía que Dios me había llamado al pastoreado. La respuesta fue desalentadora, pero hoy le agradezco eso a Dios...
... hasta que la oportunidad de mi vida llegó un par de años después. Junto con otro hermano quedé al frente de una pequeña iglesia por la ausencia de su pastor, durante el tiempo, previamente acordado de un año. Y aunque al regreso de su pastor titular, entregamos una congregación del doble en número de miembros de la que habíamos recibido, debo reconocer que la experiencia en lo personal fue verdaderamente desastrosa y demoledora. Tal vez mi juventud, o mis malas experiencias de la vida no resueltas, o la presión de un ministro que creía ver un pastor en cada joven varón y bien dispuesto al servicio que llegaba a su iglesia, jugaron en contra. Esta última es una actitud normal de muchos ministros hacia los jóvenes. De lo que no me cabe ninguna duda es que ese no era el momento adecuado para mí, por lo que hoy recuerdo con gratitud aquellas experiencias.
Jesús leyó el libro del profeta Isaías en el templo a sus jóvenes doce años. Aún era un niño cuando lo hizo. Sin embargo, su ministerio comenzó realmente unos veinte años después, después de la tentación en el desierto (Lucas capítulos 3,4). Tuvo y hubo, a pesar de ser Dios mismo encarnado en un ser humano, un tiempo de preparación previo al ministerio. Y aquí no hablamos de universidades cristianas ni seminarios. Jesús tuvo que aprender a cruzar el desierto. Hubo de ser PROBADO para resultar APROBADO. Esta es una de las claves, clave que sirve para definir el llamado a cualquier servicio que Dios haya puesto en tu corazón.Tiempo atrás, aproveché la oportunidad del reportaje hecho a un pastor de nombre Diego Brizzio, para preguntarle cómo había sido el llamado de Dios en su vida al pastoreado. Creo que, si bien la pregunta encajaba perfectamente en el contexto de la entrevista que más tarde sería publicada, en realidad la pregunta respondía a una duda y una lucha interna propia: “Dios llama a sus albañiles cuando ya tienen la cuchara y el balde de mezcla en sus manos” fue su respuesta.
Amad@, Dios te llama hoy. Y eso tiene que ver mucho con tu compromiso actual y preparación que hayas adquirido y que en adelante desees adquirir.
Otra de las claves es que una vez pasado el desierto, Dios pone en tu corazón tanto el querer como el hacer.
Hoy no tengo la menor duda de que el Señor me ha llamado al ministerio… de la Palabra escrita. Soy un Ministro de la Palabra escrita. Él lo hizo así.
Aunque le vine a conocer realmente a los diecinueve años de edad, amé a Dios y le busqué con devoción desde mi más tierna infancia, desde que tuve uso de razón. Por ello no me sorprende que mi primera redacción, hoy me sorprenda más y más cada vez que la leo. ¿Es lógico? La escribí a los seis años, cuando apenas había aprendido a leer y escribir. Hoy, más de cuarenta años después, aún la conservo escrita a lápiz y en un papel amarillento debido al paso del tiempo. Esa escritura es el contrato de Dios conmigo.
Tú puedes ser uno de esos albañiles de Dios en lo que haces y sabes hacer. En los talentos y dones que Dios te ha proporcionado, en lo que te ha puesto a hacer en su Obra. Y aún más podrás hacer con la preparación adecuada. Pero indudablemente, Dios te encaminará en un desierto y pondrá en tu corazón tanto el querer como el hacer. No funciona de otra manera.
Indudablemente, Dios necesita en sus iglesias pastores serios, bien entrenados y preparados para los desafíos del mundo de hoy, y tal vez tú puedas ser uno de ellos. Pero en aquella pequeña iglesia en la que un año fui pastor, vi fracasar a unos cuántos en un falso llamado a pastorear.
No siempre el llamado de Dios es un pastoreado, pero siempre es A SU SERVICIO.
Ahora bien, hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo. Y hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo. Y hay diversidad de operaciones, pero Dios, que hace todas las cosas en todos, es el mismo. Pero a cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para provecho.
(1 Corintios 12:4-7 RV60)
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