miércoles, 19 de junio de 2013

Luz para ver - Devocional - Vídeo

“Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino”
(Salmo 119:105).
Trabajaba en la edición de unos artículos cuando sonó el teléfono de casa. Reconocí enseguida la voz al otro extremo de la línea. Hacía un par de días que había hablado con él personalmente. La diferencia es que su tono era menos alegre en esta ocasión. Comenzó con un saludo protocolario y luego procedió a contarme cómo se sentía en ese momento. Respetando apenas unas pocas pausas para respirar, me dijo que su iglesia no le valoraba, que su pastor no le entendía y que sus líderes no contaban con él para casi nada. Se sentía inútil, desvalorizado y miserable. Se sentía inferior y ese sentimiento era reforzado por la actitud de las personas que le rodeaban. También fue autocrítico; recordó que en el pasado había tenido episodios de rebelión y sentimientos de aspereza para con casi todos sus conocidos, y temía que aquellas actitudes le estuvieran pasando factura todavía hoy. Pero había cambiado mucho desde entonces, y tenía la intención de seguir mejorando.
Casi me cuelga el teléfono antes de que pudiera hablarle. Mi interlocutor tenía la necesidad de desahogarse y, probablemente, quería evitarme el aprieto de tratar de poner bálsamo en heridas tan mal vendadas. No obstante, le pedí que me escuchara. Aunque tenía sólo su verdad delante, me atreví a hablarle sobre principios aplicables a una situación como esa. Durante unos minutos le hablé sobre la flexibilidad, la tolerancia, el amor, el testimonio cristiano y la aceptación de Cristo. Terminó agradeciéndomelo gentilmente, aunque noté en su voz, que eran caminos que había intentado transitar sin éxito hasta el momento. Nos despedimos prometiéndonos oración mutua y sólo Dios sabe el efecto que tendrá nuestra conversación en sus futuras actitudes y decisiones.
La llamada me dejó pensativo. El diálogo se me agolpaba en la mente. Me pregunté si debí decir ciertas cosas o si debí omitir otras. Las personas son infinitamente complejas y uno nunca sabe que está sucediendo dentro de sus cabezas. La conciencia me quedó tranquila al representar mi locución. No dije otra cosa que lo que la Biblia dice de antemano. Sabía que eso es lo único que puede ayudar a una mente atormentada y a un espíritu en oscuridad. Sí, porque aquella llamada era un grito por encontrar luz y yo intenté, simplemente, compartir la llama que me alumbraba.
Muchas veces he sentido que también me faltaba cierta luz, que a mi alrededor todo se volvía brumoso. Alzaba mi antorcha para descubrir que había descuidado su llama y estaba apagado el pábilo que antes irradiaba. Titubeaba para reaccionar, se me parecía aburrido el proceso de atizar otra vez la llama. Podían pasar días enteros hasta sentir que no solo me faltaba la luz, sino que me agobiaba el frío también. Abandonaba por fuerza mayor mi reticencia y cuando lo hacía, cuando decidía hacer lo correcto, hallaba grato solaz bajo la luminiscencia de Su Palabra.

Hoy quiero recordarme que soy un viajante en la noche más oscura de este mundo. Que a menos que lleve Su luz conmigo, los árboles me parecerán monstruosos, los obstáculos me parecerán montañas y hasta las mariposas resultarán fantasmas. Aquella llamada me recordó que sin luz no podemos ver, tan sencillo como eso, tan complejo como es.

 

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