miércoles, 19 de junio de 2013

Silencio... - Devocionales, Reflexión

silencio
Algo tiene el silencio que nos produce mucha incomodidad. Si evaluamos una cita con este criterio, y si hubo muchos momentos de silencio en la misma, no fue tan cómoda como esperábamos. También nos pasa que sentimos que deberíamos decir algo, cuando hay períodos de silencio en una entrevista laboral o cuando un amigo nos cuenta algo trágico que le pasó, o cuando explota en llanto ante nuestra presencia. El silencio nos incomoda, no podemos permanecer mucho tiempo en él.
No sé si te ha pasado, pero cuando paso mucho tiempo solo, llega un momento en el que comienzo a hablar en voz alta. Créeme, no tengo ningún tipo de psicopatía, es sólo que siento la necesidad de escuchar a alguien, sentir compañía; también me acomoda, y mucho, orar en voz alta, como si conversara con Dios y Él me contestara. Disfruto esas largas conversaciones en donde yo le planteo mis inquietudes y su apacible Espíritu aquieta el mío; creo que es cuando más disfruto del silencio.
Pero existe un silencio que no me gusta, me inquieta y me angustia, y es el silencio de Dios. En ocasiones debo esperar para escuchar su voz y esa espera es terrible, los días se me hacen eternos, y muchas veces mis ganas de continuar orando también decaen y se fusionan con la rabia que puedo llegar a sentir, por no ver ni escuchar NADA. Espero que a alguien más en el mundo le suceda esto, pero si eres de carne y hueso como lo soy yo, creo que te habrás tenido que enfrentar a esta situación en más de una ocasión y seguro que no te habrá gustado. Son estos, los momentos en los que yo digo “amo profundamente a Dios, pero en este preciso momento no me simpatiza”. Seamos realistas, no siempre nos gusta lo que Dios hace; quitémonos las máscaras, hay momentos en nuestra vida en que incluso Dios no nos cae muy bien, le seguimos amando, pero detestamos lo que está haciendo. Él lo sabe y no le produce ningún tipo de crisis existencial, ni enviará un rayo pulverizador para acabar con nuestra vida. Lo hace así porque tiene que hacerlo, pero no porque ese sea tema para su popularidad en nuestra vida.
Cuando tengo estos sentimientos y pensamientos, me conforta hablar con personas que se atreven a quitarse la máscara ante mí, y contarme las luchas y desafíos que se les están presentando. Me alegra saber que en el mundo aún quedan cristianos de carne y hueso como yo, quienes, pese al intenso amor que sentimos por Dios, reconocemos que a ratos no es nuestra “persona” favorita o sentimos que ese silencio ya casi está rayando en la crueldad. Cuando no encuentro a nadie así, pienso en Jesús en la cruz, que lleno de dolor y de angustia le pregunta al Padre por qué le ha abandonado. Sí, Jesús, el que hacía milagros y sanaba enfermos, ese Jesús le pregunta a Dios por qué le ha abandonado; seguro que en ese momento Su Padre no le estaba simpatizando especialmente.

Sin duda existen cientos de respuestas de por qué Dios se mantiene en silencio a ratos, y por más que yo las racionalice y analice, siguen sin gustarme y hacen que en ocasiones "arme" una bronca ante las circunstancias que provocan, incluso, que ande aún más sensible de lo que ya soy. No te voy a decir que estás siendo débil en tu fe por esta razón, ni te voy a llenar de versículos que ya conoces y recitas de memoria. Lo único que quiero es que sientas que no estás solo, que seguro que cuando Dios calla lo hace en varias partes del mundo y por tanto, quiero que seamos capaces de sentir esa compañía, incluso atravesando fronteras. Cuando Dios calla su voz, también te susurra al oído, muy bajito a veces: “Todo va a estar bien”.

¡Es cierto. Todo va a estar bien!

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