Sorpresivamente y sin querer, uno de ellos tropezó con una mesa que tenía una canasta de manzanas, y las manzanas salieron volando por todas partes.
Sin detenerse, ni mirando atrás, los vendedores siguieron adelante hasta lograr subirse al avión… todos, menos uno. Este “uno” se detuvo, experimentando un sentimiento de compasión hacia la dueña del puesto de manzanas. Así es que regresó sobre sus pasos y se encontró con las manzanas tiradas por el suelo.
Pero su sorpresa fue mayúscula, al descubrir que la dueña del puesto era una niña ciega, quien llorando tanteaba el piso, tratando de recoger las manzanas entre una multitud de gente que pasaba sin detenerse.
El hombre se arrodilló con ella, juntó las manzanas y le ayudó a montar el puesto nuevamente. Seguidamente, al comprobar que algunas frutas estaban magulladas, las separó; sacó su billetera y le dio a la invidente algo de dinero por el daño ocasionado.
El sensible viajero iba a alejarse, cuando la niña le gritó:
-Oiga, Señor… espere… disculpe: “¿Es usted Jesús…?”
Él no contestó, pero antes de dirigirse a tomar otro vuelo, dio varias vueltas con dicha pregunta agitándose en su mente: “¿Es usted Jesús?"
Amables hermanos y amigos: más que las palabras, que sean siempre los actos los que cuenten a la hora de nuestro testimonio. Que los demás puedan evidenciar en nosotros, los buenos frutos que deben ostentar los hombres y mujeres de Dios.
Esto significa, que si decimos amar y seguir a Jesús, debemos actuar conforme a su Palabra, pues seguirle es mucho más que ser un gran conocedor de la Biblia, citar versículos de memoria o congregarse periódicamente en una iglesia. Seguirle significa, además de todo ello, amarle, obedecerle, confiar en Él y llevar una vida transparente, que nos permita ser guía, luz y claridad para el resto.
“Hagan brillar su luz delante de todos,
para que ellos puedan ver las buenas obras de ustedes,
y alaben al Padre que está en el cielo”.
(Mateo 5:16)
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