Conducía de vuelta a casa alrededor de las cinco, tras una reunión de trabajo, atascado en el tráfico del bulevar, cuando el coche comenzó a fallar y se apagó. A duras penas pude empujarlo, maldiciendo, a una estación de gasolina, contento únicamente por no estar obstruyendo el tráfico y porque tendría un lugar más tranquilo para esperar la grúa. Ni siquiera se podía arrancar. Antes de que pudiera hacer la llamada telefónica, vi a una mujer saliendo de la tienda de compras que pareció resbalarse sobre el hielo y cayó al lado de un distribuidor de combustible, por lo que fui a ella para levantarla y preocuparme en ver cómo estaba.
Cuando llegué donde estaba, parecía más sobrecogida por el llanto que por la caída; era una joven mujer, bastante desaliñada y con ojeras alrededor de sus ojos. Dejó caer algo cuando le ayudaba a levantarse y lo recogí para dárselo. Era una moneda de cinco centavos.
En ese momento todo quedó claro para mí: la mujer llorando, su antiquísima camioneta, repleta de cosas, con tres muchachos en la parte de atrás (uno en un asiento del coche), y el distribuidor de combustible leyendo 4.95 dólares. Le pregunté si todo estaba bien y si necesitaba ayuda, a lo que ella enseguida dijo: “No quiero que mis hijos me vean llorando”. Así que nos paramos al lado opuesto del distribuidor de su coche. Ella dijo que conducía hacia California y que las cosas estaban muy duras para ella en ese momento. Así que le pregunté: “¿Y está orando?” Eso le hizo alejarse de mí un poco, pero le aseguré que no era un loco y le dije: “Él la oyó y me envió”.
Saqué mi tarjeta de crédito y la pasé por el lector de tarjetas para que pudiese llenar el depósito de su coche, y mientras cargaba el combustible, me dirigí al McDonald’s de al lado y compré dos grandes bolsas de comida, algunos regalitos, y una gran taza de café.
Ella le dio la comida a los muchachos en el coche, quienes la devoraron como lobos, y nos quedamos parados junto al distribuidor comiendo patatas fritas y conversando un poco.
Me dijo su nombre y me compartió que vivía en Kansas City. Su novio la había abandonado hacía dos meses y no había podido arreglárselas sola. Sabía que no tendría dinero para pagar el alquiler el 1 de enero, por lo que, finalmente, había llamado a sus padres, con quienes no se había comunicado en cinco años. Ellos vivían en California y le dijeron que podía mudarse con ellos y comenzar de nuevo allí. Así que empaquetó todo lo que poseía en el coche. Le dijo a los muchachos que se iban a California para Navidad pero no que se mudaban para allí.
Le di mis guantes, un breve abrazo y dije una rápida oración a su favor por seguridad en su viaje. Al dirigirme a mi coche, ella dijo: “Así que, es Ud. un ángel o algo parecido?” Eso definitivamente me hizo llorar. Le dije: “Querida, para esta época, los ángeles están muy ocupados, así que a veces, Dios utiliza a gente normal”.
Fue increíble ser parte del milagro de alguien. Y por supuesto, como pueden imaginar, cuando me subí a mi coche, encendió a la primera y me llevó a casa sin problema alguno.
Lo meteré al taller mañana para revisarlo, pero sospecho que el mecánico no hallará problema alguno en él. Algunas veces los ángeles vuelan tan cerca de uno que podemos escuchar el batir de sus alas…
Nunca dejes de creer en Dios y en los milagros que hace. Sobre todo no menosprecies la oportunidad de ver cuándo Dios te convierte en un milagro para otros. Hoy podría ser uno de esos días.
Dios hizo señales y milagros grandes y terribles en Egipto, sobre Faraón y sobre toda su casa, delante de nuestros ojos. Deuteronomio 6:22
De las grandes pruebas que vieron tus ojos, y de las señales y milagros, y de la mano poderosa y el brazo extendido con que el Señor tu Dios te sacó; así hará el Señor tu Dios con todos los pueblos de cuya presencia tú temieres. Deuteronomio 7:19
Prefiero recordar las hazañas del Señor, traer a la memoria sus milagros de antaño. Salmo 77:11
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