Dicen que creer significa tener por cierto algo que el entendimiento no alcanza o que no está comprobado o demostrado. Pero pasa que cuando las personas dicen que creen en algo, en realidad están haciendo una declaración más profunda: están aludiendo a una convicción, están reportando una certeza. Están afirmando la realidad, la evidencia de lo creído.
Pero creencia y certeza son dos cosas bien distintas. Uno puede creer que hay vida en otros planetas, pero la certeza de ello sólo será posible cuando se pruebe dicha existencia. Creer alude a algo posible, y que no está realizado visiblemente; simula algo como esperar, desear, apostar. Cuando la cosa está presente, palpable, uno no cree en ella; uno afirma, está de acuerdo con que existe.
Así que cuando alguien dice: ¨Creo en Dios¨, ¿qué está diciendo? Mejor dicho, ¿qué cree que está diciendo? Por la experiencia cristiana, lo que está diciendo es que tiene la certeza, la seguridad, la prueba de la existencia de Dios, cuando en realidad debería decir ¨Afirmo que Dios existe¨
¿Mas qué importancia puede tener esta disquisición sobre qué es creer? Tal vez ninguna. Quizá sirva para recuperar el valor de la palabra creer. Aprender a usarla en su verdadero sentido, que es esperar, hacerse la idea de algo y no usarla como afirmación de la existencia de lo creído.
En cierto sentido creer demanda humildad. Es el reconocimiento de que aquello que digo creer tal vez no exista, o no exista en la forma en que creo, aunque me ayude a vivir el hecho de creerlo. Es menos arrogante porque admite la posibilidad del error, de la duda. Abre la posibilidad de dialogar con otros que no creen o creen cosas distintas. Nos hace parte de una y otra realidad.
Aunque tiene poco futuro un diálogo así, porque las personas que no creen, en realidad afirman. A sus ojos, quienes realmente creemos en este sentido estamos perdidos. Cuando alguien dice ¨Creo firmemente…¨, quedan pocas personas en el salón.
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