“HABLA, SEÑOR, QUE TU SIERVO ESCUCHA” (1 Samuel 3:9b)
Muchos de nosotros pensamos que orar es sólo hablarle a Dios, y raramente nos preguntamos si Él quiere hablarnos a nosotros.
¿Cómo nos habla el Señor?
(1) A través de su Palabra. Un versículo conocido resalta de su página y toma un nuevo significado.
(2) A través de personas. No debes estar tan preocupado o ser tan selectivo como para no reconocerles.
(3) A través de su Espíritu. El Espíritu Santo nos guía, nos reprende, nos anima, nos conforta y nos expansiona.
Sin embargo, parece ser que muchos de nosotros no esperamos que Dios nos hable en modo alguno. Por la manera de su actuar pensaríamos que Jesús, cuarenta días después de su resurrección, “hizo las maletas”, volvió al Cielo y desde entonces no supimos nada más de Él. No es así; la Biblia está llena de relatos en los que el Señor habla a sus hijos. Si la esencia de nuestra fe consiste en tener una relación personal con Dios, entonces Él debe estar hablando todavía hoy. Pero no podemos construir una relación sobre un monólogo; lo que hace falta es un contacto regular e intimo entre dos personas que se hablan y se escuchan mutuamente.
Escuchar al Señor hablándonos a través de su Espíritu no es sólo normal, sino esencial. Pablo escribió:
“…vosotros… vivís… según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios está en vosotros” (Romanos 8:9).
Una vez entregada tu vida al Señor las cosas no son como antes. La vida ya no consiste sólo en lo que se puede ver, sentir o imaginar; ¡incluye caminar por fe, confiar en Dios y abrirte constantemente a su voz y a la guía de su Espíritu!
“HABLA, SEÑOR, QUE TU SIERVO ESCUCHA” (1 Samuel 3:9)
Pero algunos de nosotros no estamos dispuestos a abrirnos a Dios y ser dirigidos por Él. ¿Por qué? Pues porque conocemos personas que dicen hacerlo y su procedimiento nos asombra. Parecen haberse hecho una especie de lobotomía intelectual (se realiza en la sustancia del cerebro para corregir trastornos mentales), de tal manera que esperan que el Señor elija sus calcetines por la mañana o el restaurante donde van a comer¿¿?? Afirman experimentar dirección espiritual cada hora, visiones diarias y al menos un milagro a la semana. Como reacción a esto algunos de nosotros nos vamos al lado opuesto, y como consecuencia, sentimos que los impulsos del Espíritu Santo parecen ir en contra de la naturaleza humana y el pensamiento convencional. Acostumbrados como estamos a dirigir nuestro propio barco, tememos dejar que Él nos dirija. Deseamos que “el paquete” sea más... “verosímil”; parece demasiado ilusorio y misterioso. Nos pone nerviosos. De manera que, cuando sentimos que el Espíritu nos dirige, nos resistimos, lo analizamos, y llegamos a la conclusión de que es ilógico; por lo tanto, no le prestamos atención. Pensamos ¡qué desperdicio!
Otros queremos obedecer al Espíritu, pero no estamos seguros de cuándo nos habla realmente. Nos preguntamos: "¿Estoy oyendo mis propios deseos o la voz de Dios?" No queriendo empezar por la parte más profunda, evitamos del todo “entrar en el agua”. Todas estas reacciones son comprensibles. Todos las hemos experimentado. No obstante, Pablo escribió: “Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu” (Gálatas 5:25). Cuando no consigues abrirte al Espíritu de Dios y seguir “su dirección”, tu vida con Él se vuelve cerebral, aburrida y lo peor de todo, infructuosa. ¡No dejes que esto te pase a ti!
¿Por qué es tan importante reconocer la dirección del Espíritu Santo en tu vida? Porque:
(1) ¡Tu destino eterno está determinado por ella!
Si entregaste tu vida al Señor, sin duda podrás recordar aquel tirón interior que te llevó a Dios por primera vez, haciéndote capaz de reconocer a Cristo como tu Salvador. Pero aún después de dar tu vida al Señor, Él todavía sigue tirando de ti.
(2) ¡Tu seguridad depende de ella!
Cuando estás en un aeropuerto, fíjate en la diferencia entre los pasajeros que tienen billetes confirmados y los que están esperando a embarcar. Los primeros leen el periódico, hablan con sus amigos o duermen, mientras que los últimos deambulan ansiosamente alrededor del mostrador. ¿Cuál es la diferencia? ¡Confianza! Si supieras que en quince minutos tienes que estar delante de Dios, ¿cuál sería tu reacción? ¿Caminarías con nerviosismo, o te dirías a ti mismo: "No puedo esperar"?
Pero Pablo escribió: “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios” (Romanos 8:16). En otras palabras, el Espíritu te susurra: “Relájate; tú has confiado en Cristo; estás en ‘ruta’ hacia el Cielo”.
Pero Pablo escribió: “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios” (Romanos 8:16). En otras palabras, el Espíritu te susurra: “Relájate; tú has confiado en Cristo; estás en ‘ruta’ hacia el Cielo”.
(3) ¡Tu crecimiento como creyente depende de ella!
Escucha: “Pero cuando venga el Espíritu de verdad, Él os guiará a toda la verdad…” (Juan 16:13). Como creyentes, somos responsables de leer toda la Palabra de Dios. Pero la Biblia es un libro muy grande; no nos la podemos “tragar de un bocado”. Por eso, mientras la leemos el Señor nos alimenta con su verdad,“bocadito a bocadito”. Y el Espíritu Santo tiene una manera maravillosa de enfatizar diferentes verdades, en diferentes etapas de nuestro crecimiento.
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