martes, 22 de octubre de 2013

La Práctica de la Presencia de Dios-4ª carta escrita por Nicolás Herman, Hermano Lorenzo - Vídeo

La Práctica de la Presencia de Dios-4ª Carta escrita por Nicolás Herman, Hermano Lorenzo a una monja amiga, hace más de 300 años.

Aprovecho esta oportunidad para comunicarte los sentimientos de uno de los miembros de nuestra sociedad, respecto a los efectos admirables y las continuas ayudas que recibe de la presencia de Dios. Que tú y yo saquemos provecho de ello. Debes saber que, durante los años que él ha estado en la religión, que son más de cuarenta, su continuo cuidado ha sido estar siempre con Dios, y no hacer, ni decir, ni pensar nada que pudiera desagradar al Señor. Todo esto sin ningún otro interés que puramente el amor a Él y porque Él merece infinitamente más. 

Está tan acostumbrado a la presencia Divina, que continuamente es socorrido por ella. Durante unos treinta años, su alma ha estado llena con goces tan continuos, y a veces tan grandes, que se ve obligado a moderarlos y a ocultar sus manifestaciones exteriores. Si a veces está algo ausente de la presencia Divina, Dios se lo hace sentir en su alma para recordárselo; lo que le suele suceder cuando está muy metido en su trabajo exterior: él responde con fidelidad exacta a estos impulsos interiores, ya sea elevando su corazón a Dios contemplándole mansamente o expresándole su amor por medio de palabras, como por ejemplo: "Mi Dios, aquí estoy totalmente consagrado a Ti, Señor, hazme de acuerdo a tu corazón". Y entonces siente (lo siente como un efecto) que este Dios de amor, satisfecho con esas pocas palabras, reposa nuevamente en la profundidad y el centro de su alma. Experimentar estas cosas le da la seguridad de que Dios siempre está en lo profundo, en el fondo de su alma, y no hay nada que le haga dudar de ello. Juzga por ti misma cuál es el contentamiento y la satisfacción que disfruta: continuamente encuentra en sí mismo un tesoro tan grande, que ya no está inmerso en una ansiosa y desesperada búsqueda; lo tiene abierto delante de él, y puede tomar lo que le agrade. 

Él se queja mucho de nuestra ceguera, y frecuentemente suplica que debemos ser piadosos y estar contentos con tan poco, con lo que sea. Dios, dice él, tiene un tesoro infinito para otorgarnos, y nosotros podemos tenerlo en cualquier momento, con sólo un poco de devoción consciente. Ciegos como somos, entorpecemos el accionar de Dios, y detenemos la corriente de su gracia. Pero cuando Dios encuentra un alma llena de una fe viva, derrama en ella sus gracias y favores plenamente, gracias que fluyen cual torrente que, después de haber sido detenido por la fuerza en su curso natural, cuando encuentra un paso, se derrama impetuosa y abundantemente. Sí, somos nosotros los que detenemos este torrente, por el poco valor que le damos. Pero no lo detengamos más: entremos en nosotros mismos y derribemos el dique que lo detiene. Hagamos camino para la gracia; redimamos el tiempo perdido porque quizás tengamos poco tiempo, la muerte nos sigue de cerca y estemos bien preparados para esto, porque morimos sólo una vez, y un fracaso puede ser irremediable. 

Lo digo de nuevo: entremos en nosotros mismos. El tiempo nos presiona: no hay lugar para demoras; ¡nuestra alma está en juego! Creo que tú has dado esos pasos efectivos, y que no serás tomada por sorpresa. Te advierto que ésta es la única cosa necesaria. No obstante, debemos siempre trabajar en ella, porque en la vida espiritual no avanzar es retroceder. Pero aquellos que tienen el soplo del Espíritu Santo siguen adelante aunque duerman. Si el vaso de nuestra alma todavía está agitado con vientos y tormentas, despertemos al Señor que reposa en ella, y Él rápidamente calmará el mar. 

Me he tomado la libertad de compartir contigo estos buenos sentimientos, para que puedas compararlos con los tuyos: te servirán para encenderlos e inflamarlos nuevamente, si por desgracia (lo cual Dios prohíbe, porque podría ser ciertamente una gran desgracia) tus sentimientos se hubieran enfriado, poco o mucho. Entonces, recordemos tú y yo los primeros favores recibidos. Saquemos provecho del ejemplo y los sentimientos de este hermano, que es poco conocido en el mundo, pero conocido por Dios, y extremadamente mimado por Él. Oraré por ti.

Por favor, también ora por mí, porque soy tuyo en nuestro Señor.


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