Hace unos días estaba en mi coche haciendo diversas diligencias diarias.
Con el tráfico de vehículos que se ve en muchas ciudades importantes, no está de más poner en práctica toda nuestra habilidad al volante para esquivar cualquier hipotético accidente. Fue eso precisamente lo que me sucedió, tuve que esquivar a otro coche que se cruzó en mi carril, y en ese momento vi la diferencia entre mi reacción actual y mi reacción de hace diez años. ¡Vaya!, pensé, incluso en mi manera de conducir veo la diferencia de mi reacción y habilidad. Pero luego vino a mí la analogía, de que así mismo sucede en nuestra vida espiritual.
A ver, cuando somos jóvenes espiritualmente y estamos conociendo a Dios, aprendiendo a vivir como cristianos, nuestra habilidad espiritual está aún bastante limitada y nuestras reacciones todavía son impulsivas e inmaduras. Sin embargo, a medida que crecemos aprendemos a esquivar lo que podría ser un accidente fatal, pensamos nuestras acciones, dependemos no de nuestras propias habilidades sino de las de Dios a través de nosotros, nuestros reflejos están basados en lo que tenemos por dentro, en el lugar que Dios nos tiene destinados, y al final nuestras acciones son el reflejo de nuestro interior.
Así que, como nuestra habilidad para manejar un coche mejora de acuerdo con los años de práctica, de esta misma manera deberíamos ver nuestra habilidad espiritual; mientras más práctica tengamos, más impacto podremos tener en los que nos rodean y en nosotros mismos. ¡Y que Dios sea glorificado con nuestro diario andar!
Iniciativa y perseverancia hacen la diferencia. ¡No te rindas, termina la carrera y clama por tu premio!
Encomienda al Señor tu camino; confía en él, y él actuará.
Salmo 37:5
Salmo 37:5
He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, me he mantenido en la fe.
2 Timoteo 4:7
2 Timoteo 4:7
Por tanto, nosotros todos, mirando con el rostro descubierto y reflejando como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en su misma imagen, por la acción del Espíritu del Señor.
2 Corintios 3:18
2 Corintios 3:18
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