Tengo mucho que contar y llorar quizás también,
pero tengo que agradecer que la estancia en esa prisión donde me metí haya terminado.
Terminé con heridas profundas y el despojo de muchas de mis pertenencias,
pero al fin y al cabo soy libre.
Puedo llorar por todo lo que perdí y quizás llorar amargamente por el resto de mi vida,
pero si se me negó ver la luz tanto tiempo, ya no importa cuánto haya perdido,
porque ahora tengo la libertad anhelada y tantas veces llorada.
Soy libre del pecado y soy libre de mi pasado.
Soy libre de esas sobras tan crudas y feas que llamaban amor.
Soy libre del conformismo y también de la dependencia.
Soy libre de aquella fea y terrible sumisión.
Soy libre y todo aquel desorden y suciedad que viví dentro de esa prisión se acabó.
¿Acaso no debo estar feliz? ¿Acaso no debo dar gracias a Dios? ¿Acaso no debo sonreír al cielo y decir GRACIAS?
He salido de una prisión muy sucia y terriblemente herida,
sin embargo, tanta fue la opresión, que todo ello no es nada al compararlo con la estadía que cumplí en ese calabozo frío de sentimientos y lleno de superficialidad.
No habla una muchacha despechada, habla una muchacha que amaba vivir sin mentiras y sin restos de supuesto amor.
Habla una muchacha que una vez, hace un buen tiempo ya, plasmó en un dibujo lo que sería su propia familia y oraba para que Dios le cumpliera ese sueño de su corazón.
Habla, escribe una muchacha que amaba vivir en la verdad y que de repente dejó de hacerlo y empezó a ocultar por “amor”, porque supuestamente así era.
Pero luego esta muchacha se dio cuenta de que ese no era su sueño, no la hacía feliz
y no sabía cómo salir de él, cómo escapar, no sabía qué hacer, por qué cargaba con tanta culpabilidad,
y el récord de haber salido de ese círculo vicioso más de tres veces ya.
Porque lo intentó una y otra vez pero siempre regresaba.
Oraba y oraba, siempre clamaba a Dios para que le diera esa libertad.
Y así fue como de ese círculo la expulsaron, porque causaba muchos problemas
al rey del supuesto “amor”.
Ahora soy libre y no siento esa carga tan pesada que no sabía cuándo acabar.
Ahora soy libre y tengo a cuestas un kilometraje de heridas y también mucho cansancio.
Tengo tanta sed de vivir plenamente,
que ya no tengo ánimos para llorar por la partida de aquel supuesto amor.
Si tú has vivido algo así, tranquilo/a que todo pasa, y agradece que eres libre, no llores porque te dejaron, y si te dejaron despojado de tu esencia, créeme, que esa esencia nunca se acaba porque Dios te la dio y lo único que hay que hacer es que te la sane. Dios es bueno, yo clamé muchas veces, lloré interminables noches y días, sentada en el autobús o en cualquier lugar. Le pedía me ayudara que yo ya no podía, pero que quería ser libre, que anhelaba mirar al cielo y sentirme feliz como antes. Dios me escuchó y aunque al principio pensé que no lo hacía, en realidad Él hizo todo. Ahora me doy cuenta que puso a prueba ese supuesto amor, le hizo vivir situaciones en las que se probaría ese supuesto amor y no pasó la prueba. Ahora me doy cuenta de que Dios lo hizo por mí, que cuando le oré muy asustada que no me dejara, que me ayudara, nunca dejó de escucharme. Dios no ignoró ninguna de mis lágrimas y nunca lo hará porque me ama tanto como a ti que lees esto.
Las heridas duelen, pero cuando Dios es quien las sana se sienten ríos de agua viva recorriendo tu ser. No busques ser sanado/a por un “salvador” de carne y hueso, déjate sanar por el TODOPODEROSO y cuando le conozcas, regálale a tu deseado futuro esa decisión madura que tomaste de ser curado/a por Dios.
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