Los seres humanos somos imperfectos por naturaleza, y por más que algunos se empeñen en ser perfeccionistas, sólo podemos concluir que el único perfecto es Dios. Es importante saber aceptar nuestras limitaciones humanas, porque así seremos más proclives a depositar toda nuestra confianza en Dios, en lugar de hacerlo en nosotros mismos.
Un ejemplo claro está en el matrimonio. Muchas veces las personas se casan confiando en el amor que tienen el uno por el otro, como si esto les pusiera a resguardo de cualquier dificultad durante su vida matrimonial. Pero si el amor del hombre hacia Dios se enfría, ¿qué podemos esperar del amor de un hombre hacia una mujer o viceversa? Fácilmente podría,... no, de hecho debe pasar lo mismo, porque, en este caso, la confianza sólo está depositada en nosotros mismos y en nuestros sentimientos.
Por el contrario, cuando la confianza la ponemos en Dios, sabemos, que a pesar de que habrá dificultades que atravesar, lo haremos no simplemente dependiendo de nuestras fuerzas, sino con la ayuda y bendición de Dios en nuestras vidas.
Lo mismo es aplicable al trabajo o al estudio. Podemos afrontar los retos confiando en nuestras propias capacidades, o bien reconocer nuestra total dependencia de Él.
Debemos encomendarnos todos los días a Dios sabiendo que somos débiles, siendo conscientes de nuestra fragilidad e imperfección, reconociendo que sólo el poder de Dios puede guardar nuestro matrimonio y mantener viva la llama del amor. Sólo Él puede multiplicar nuestras capacidades, para ser personas de éxito en una sociedad cada vez más competitiva.
Quizás en este momento sientes que no puedes, que tus capacidades no alcanzan, que te quedas a mitad de camino. Entonces, es hora de que pongas la mirada en tu Dios, porque Él se perfecciona en tu (o nuestra) debilidad. Con su poder podrás alcanzar y conquistar tus metas. Con Dios se puede disfrutar de una familia feliz.
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