Jesús habló a sus discípulos antes de su arresto; les advertía de la serie de pruebas y tristezas que habrían de soportar, incluyendo persecuciones que podrían llevarles a la muerte, sólo por el hecho de creer en Él. Pero al mismo tiempo, les animaba con la promesa del Espíritu Santo quien traería consuelo y poder para sus vidas. Además, tuvo el precioso detalle de referirse a sus discípulos como “amigos”. Con todo esto buscaba fortalecerles para que bajo ninguna circunstancia abandonaran la fe.
¿Pero es fácil mantenernos firmes en la fe cuando tenemos un problema? ¿Es sencillo ignorar el dolor y no llorar de impotencia? Pues no lo es, porque en los primeros minutos u horas hay una lucha interna entre la fe y la incertidumbre. Transcurre el tiempo y los ataques de la duda siguen en la mente, queriendo hacernos desistir de la confianza y afectando también a nuestra paz en el corazón.
De todo esto puede nacer la preocupación, la desesperación, la desconfianza; si no se hace algo para contrarrestar este ataque que quiere derribarnos, la lucha se pondrá más difícil. El Señor Jesús dijo: “Les dejo un regalo: PAZ EN LA MENTE Y EN EL CORAZÓN. Y la paz que yo doy es un regalo que el mundo no puede dar. Así que no se angustien ni tengan miedo.” Juan 14:27. Para superar un problema no sólo se necesita fuerza de voluntad, sino también dependencia de Dios, lo cual implica orar y adueñarse de las promesas de Dios para nuestras vidas.
No se puede pretender superar un conflicto sólo con buenas intenciones, sino que también, y sobre todo, se requiere de buenas y oportunas acciones basadas en la palabra de Dios. Si queremos seguir adelante sólo con nuestras propias fuerzas, seguro que nos cansaremos en medio del camino y probablemente pensaremos abandonar la carrera. Pero si permanecemos en Dios para que nos dé su fuerza a través del Espíritu Santo tendremos la victoria asegurada.
Las pruebas y tristezas son parte de la vida, pero la paz y la confianza vienen de Dios. Recuerda que Jesús ya venció y además oró por todos los que iban a creer en su palabra y aún lo sigue haciendo, para que podamos resplandecer como oro puro para la gloria de Dios.
»No te pido sólo por estos discípulos, sino también por todos los que creerán en mí por el mensaje de ellos. Te pido que todos sean uno, así como tú y yo somos uno, es decir, como tú estás en mí, Padre, y yo estoy en ti. Y que ellos estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste. Juan 17:20-21 NTV.
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