En algún lugar, en algún momento, oí a decir a alguien: “La pasión no es sólo voluntad, tampoco intención de tenerla, es un fuego que arde y que es encendido por un simple fósforo, un fósforo compuesto de entusiasmo cubierto de una experiencia de fracaso, teniendo que levantarnos y probar una y otra vez”.
A lo largo del camino he sido formada de manera que puedo relacionarme con esta afirmación con mucha empatía y sensibilidad. Yo era una mediocre estudiante para mis maestros, tan sólo una muchacha para mis amigos y una chica más en este mundo. Tuve mucho más que probar, mucho más por lo que vivir.
Pasaron muchos días y nunca supe cómo mirar al futuro, cómo estaría, qué haría y qué querría. La vida, una palabra sencilla, tenía un significado demasiado simple para mí de tan sólo vivirla y hacer mis tareas. Y estas tareas que tenía eran las de una chica normal que asiste al colegio. Entiendo que aquello fuera parte de mí por mucho tiempo.
No fue sino hasta entonces, más tarde, que siendo juzgada y percibida mal, y prejuiciada alguna vez que otra, cuando me senté y recapacité. No fue sino hasta el día en que la vida me llevó a darme cuenta, de que la mediocridad se percibía en mí como mi virtud. Así fue como yo, por primera vez en mi vida, sentí que tenía algo que demostrar, más que considerar mi virtud; mi meta sería aspirar a ser algo más que otra muchacha más. Tuve que luchar por mi existencia; aquello era lo que me mantendría viva. Con un poco de esperanza y un poco de fe en mí misma, decidí tomar mis riesgos.
Definitivamente la vida no es fácil. ¿Quién dijo que las cosas serían fáciles?,... hasta que alguien las hizo. Así es como las complicaciones llenaron mi infancia de toda simplicidad y aquello fue lo que me hizo seguir adelante. Por el camino, en altos y bajos, unos cuantos obstáculos serían obvios. Así como el curry no tiene sabor sin especias, la vida no sería experiencia sin tropiezos.
Ha pasado media década, y cada parte de mí ha cambiado. Bueno, la verdad es que no lo consideraría un cambio, sino más bien que cada parte de mí se ha conectado ahora a mi verdadero yo. Mi verdadero yo, que tuvo la oportunidad de germinar en medio de ese ambiente y ser alguien. Aún hoy mismo no diría que soy alguien a quienes otros admiren, pero lo que considero mi logro más grande, es que sé que tengo una capacidad ilimitada para desarrollar la verdadera virtud en mí, y esta es mucho más que la mediocridad.
En estos años he aprendido que para ser alguien no necesito que el resto de la gente me crea. Todo lo que necesito saber es que dentro de mí soy algo y que puedo llegar a ser alguien, lo que quiera. Y la única clave para conseguir esto es el incansable esfuerzo y trabajo por mi parte. Sabemos perfectamente que la suerte le viene a aquellos que dan lo mejor de sí, igual que el destino sigue a aquellos que no miran atrás, sino al horizonte y con sus pies en la tierra.
Hoy, cuando recuerdo todos aquellos tiempos en los que fui engañada, cuando me acuerdo de los muchos intentos que hice, tan sólo sonrío y me digo a mí misma: “Me tomó media década hacer crecer mis raíces y todavía tengo más décadas para convertirme en un gran árbol. Hasta entonces, alimentaré mi savia con todas mis fuerzas”.
Si bien este pensamiento tiene una fuerte influencia existencial y humanista, asignándonos a cada uno un poder total que en realidad no tenemos, lo que sí es cierto es que tenemos mucho más poder que el que generalmente creemos. De hecho, muchos se condenan a sí mismos a una vida de mediocridad, tan sólo porque los demás les etiquetaron de esa manera desde pequeños…
Necesitamos reconocer que Dios no hizo a nadie “promedio”, ni “mediocre”, ni “estándar”…; cada uno de nosotros fue creado único, con un plan particular de parte de Dios para nuestras vidas. Pero somos nosotros los que decidimos si vamos contra corriente o le creemos a Dios para grandes y mejores cosas.
Les animo a escoger sabiamente. ¡Y que el Señor les bendiga.
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