jueves, 29 de agosto de 2013

Esclavos en ferraris - Devocional - Vídeo

 “Vi siervos a caballo, y príncipes que andaban como siervos sobre la tierra”
(Eclesiastés 10:7)
Se ha puesto de moda la corrupción, la avaricia y las megalomanías. Hombres que sólo buscan la grandeza, en los logros, en la economía y en el poder, ambiciones que conducen a caminos de muerte. La verdadera grandeza es el carácter. Es la virtud lo que debemos buscar con ahínco. Pedro decía que todo creyente debe añadir a la fe, virtud (2 Pedro 1:5). Y Jesús advirtió sobre el peligro de granjearse el mundo y perder el alma (Lucas 9:25). El abandono de los valores cristianos y el enfoque en lo material construye sociedades autómatas o zombis, muertos que parecen vivos. Debajo de sus trajes de Giorgio Armani, Brioni, o Ralph Lauren, hay putrefacción, amoralidad, anarquía, pecado. Tengamos las prioridades claras, centrémonos en lo principal. El apóstol Pablo escribió: “A los ricos de este siglo manda que no sean altivos, ni pongan la esperanza en las riquezas, las cuales son inciertas, sino en el Dios vivo, que nos da todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos” (1 Timoteo 6:17).
A una persona esclava de lo material, no importa si conduce un Ferrari o un Mercedes del año, los grilletes no le dejan ir demasiado lejos. No hay que sentir envidia de ellos, ni lástima de nosotros, sólo mantener la perspectiva. La auténtica riqueza es la espiritual, aunque ésta no está divorciada de las comodidades que con honestidad y trabajo duro se puedan conseguir. Asaf, un adorador sensible y profundo, confesó que casi capituló en su fe viendo la prosperidad de los impíos al punto de sentir envidia de su arrogancia. El salmo 73 es un relato poético de su experiencia en el proceso de descubrir que las riquezas, el poder y los logros sin Dios son vanidades sin sentido. Asaf concluyó: “¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti? Y fuera de ti nada deseo en la tierra” (Salmos 73:25).
Lo tengo todo si tengo a Cristo. Esa riqueza no peligra, por ejemplo, ante la inestabilidad de la bolsa o la crisis mundial. Es la virtud que emana de Dios lo que me fascina y me condiciona. Es imitar a Jesús lo que me enajena de todo lo superfluo y pasajero. El afán no es curativo, las prisas no construyen matrimonios sólidos, la avaricia no hace buenos vecinos, las hegemonías no edifican liderazgos compasivos. No quiero, por tanto, lo que ofrece las riquezas, sí el amor. Me niego a correr tras lo material, a deificar a Mammón, el demonio de la avaricia. “Mi vaso es pequeño, pero bebo en mi vaso”, escribió Musset. El contentamiento no es un visitante habitual porque se le trata con hostilidad y desprecio. La Biblia nos enseña a amar a Dios primeramente, a buscar el reino y la justicia de Éste como prioridad, y todas las demás cosas nos vendrán por añadidura (Mateo 6:33).
A menudo vemos a cristianos dominados por el sistema de cosas imperante en la sociedad contemporánea. Cristianos tristes porque no han cambiado de coche en los últimos cinco años, cuando miles de sus hermanos en el mundo ni siquiera pueden aspirar a uno solo durante toda su vida. Matrimonios frustrados, porque no se pueden ir este año de vacaciones a un país exótico en algún continente lejano. Familias divididas por herencias raquíticas. Tanta superficialidad me asombra, tanta ausencia de virtud me consterna. Hoy se habla de crisis y mucha gente está preocupada, pero la crisis ya la teníamos tiempo atrás. La crisis del alma, que es la más difícil de todas.


Me asusta que hombres y mujeres libres quieran ser esclavos. Ese es el extremo al que nos puede conducir la codicia y el consumismo; es el espíritu de Egipto. Cristianos que extrañan las "cosas" que ofrece la vieja vida, poniéndole así un precio ridículo a la libertad. Prefiero ser libre en el desierto dependiendo del maná de Dios, que próspero en la casa del faraón lustrando sus zapatos.

Trabajemos duro, pero sin afán de lucro. Propongámonos metas, pero buscando lo que es mejor para nuestra familia, nuestra comunidad de fe y nuestra sociedad. Vivamos apasionados con lo que hacemos, sin que ello se convierta en el centro de nuestras vidas. Y si ves a algún esclavo en su Ferrari deportivo, no le desprecies, ni le envidies, compadécete de él. Sólo por la gracia de Dios tú no estás en su lugar. Mejor aún, si se diera la oportunidad, háblale de tus riquezas. Cuéntale cómo se puede tener todo sin dinero.


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