jueves, 29 de agosto de 2013

Saco de plumas - Ánimo en mensaje

Cuenta la leyenda que en cierta ocasión un hombre calumnió fuertemente a un amigo suyo, llevado por la envidia que se despertó en él al comprobar el éxito que su amigo había alcanzado.

Sin embargo, con el paso del tiempo el calumniador se arrepintió del mal causado. De tal manera, que en busca de consejo, visitó a un hombre muy sabio, a quien le confesó:
-”Maestro: Quiero arreglar todo el mal que a través de mis calumnias le propicié a un amigo. ¿Cómo puedo hacerlo?”
El sabio le contestó:
-”Toma un saco lleno de plumas ligeras y pequeñas y suéltalas de una en una, por donde vayas”.
plumasddd
El hombre, muy contento por aquella tarea a simple vista fácil, tomó el saco con plumas y empezó a desparramarlas por el sector. Al cabo de un corto tiempo terminó la tarea. Entonces regresó donde el sabio para decirle:
-“Maestro, tal como me lo ordenaste, solté ya todas las plumas”. 
Y el sabio le contestó:
-“Bien, ésa era la primera parte. Ahora anda a la calle otra vez y llena nuevamente el saco con las mismas plumas que desperdigaste”.

El hombre, un tanto desconcertado, fue nuevamente a cumplir la orden, pero muy pronto regresó entristecido, argumentando que fueron muy pocas las plumas que pudo juntar. Entonces el sabio le dijo:
-”Ahora ya entiendes: así como  las plumas vuelan con el viento, el mal que hacemos vuela de nuestra boca permitiendo que el daño se esparza tanto, que es difícil recogerlo. Lo único que te queda entonces es pedirle perdón a tu amigo. No hay otra forma de revertir una calumnia”.

Amigos: la lengua es una herramienta valiosa que el Señor nos ha proporcionado para ayudarnos a comunicarnos con otros. Pero también es un arma poderosa que debemos cuidar y que cumple una doble función: construir o destruir, dependiendo de la utilidad que le demos. Intentemos entonces utilizarla como instrumento de bendición y no de maldición, para edificar personas, no para destruirlas.

El salmista decía : Señor, ponme en la boca un centinela;  un guardia a la puerta de mis labios. No permitas que mi corazón se incline a la maldad, ni que sea yo cómplice de iniquidades  (Salmo 141:3,4)

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