miércoles, 7 de agosto de 2013

El proceso de convertirse en cristiano - Devocionales, Reflexión

Parece ser, puede que te haya sucedido, que cuando “entras al cristianismo” una esfera mítica te debe envolver y milagrosamente te conviertes en una versión muy distinta a la de ti mismo, que curiosamente es muy parecida, más bien igual, a la de quienes entraron a este “club” antes que tú, y de alguna manera tu membresía depende de este cambio de personalidad.
cristiano proceso

Lo cierto es que cuando tenemos un encuentro cara a cara con el Señor, poco importa cómo seamos porque ya no volveremos a ser igual. Es tan potente la experiencia de conversión que moviliza muchísimas emociones, sentimientos y cambios, que sin necesidad de presionarles llegan por sí solos. Lo que muchas veces sucede, es que ciertas personas creen que deben ser de cierta forma para agradar a Dios: serios, reflexivos, que hablan con palabras poco comunes, que tienen una actitud de devoción constante y una serie de caricaturas, que NADA tienen que ver con el proceso de convertirse en cristiano.
Si a Dios no le importó tu presente y así y todo quiso invitarte a ser tu hijo, ¿por qué se esmeraría en que fueses de otra forma? Todos tenemos hábitos, características de nuestro temperamento o actitudes que pueden dañar a otro o a nosotros mismos; naturalmente, son aquellas a las que nos esmeramos en cambiar, porque “no cuadran” con nuestra nueva forma de ser y de pensar. PERO existen características personales que Dios nos ha regalado, como el ser más hablador o más silencioso que otros, ser alegre y decir cosas graciosas que hagan reír al resto, ser espontáneo, gustar de ciertos lujos o comodidades, realizar algún tipo de actividad deportiva, tener algún hobby, etc.
Cuando haces que Dios se convierta en tu Padre, Él no quiere de ti tu pecado; quiere a CUALQUIER persona que esté experimentado esta conversión. A Dios no le gustan más los serios o reflexivos, o los conversadores y sociables. Él no necesita que te amoldes y seas igual a todos los que creen en Su poder. No es sencillo entenderlo.

Durante años luchamos por ser lo más “perfectos” posibles, por no perder nunca la compostura, por no enojarnos nunca o no señalar nunca nuestro descontento hacia algo o hacia alguien, siempre mostrándonos interesados, nunca aburridos y desencantados…y no nos funcionó. Pero cuando descubrimos que Dios nos amaba tal cuál éramos, con nuestra forma de ser, con nuestros gustos y disgustos, con nuestra manera de decir las cosas, hasta con las expresiones faciales que poníamos, y que además de amarnos, así nos creó y así nos usaría, sentimos como si una tonelada de cemento cayera sobre nuestros hombros y nos permitiera SER NOSOTROS.

Nunca voy a ser callado, ni dejaré de manifestar mis disgustos ante la injusticia, como tampoco dejaré de pensar y pensar en mil maneras de hacer algo para que salga lo mejor posible; tampoco toleraré lo que encuentro grosero o de mal gusto. No callaré para evitar el conflicto cuando sea una verdad de Dios la que deba defender…no seré amigo de todo el mundo ni le abriré mi corazón, a cualquier persona que crea que tengo la obligación de hacerlo porque sea mi pastor o líder; sólo mis verdades más profundas las conocerá quien me creó.

No tengo que ser quien no soy para agradarle a Él, no me tengo que parecer a un determinado grupo "simplemente por pertenecer”. No tengo nada que aparentar, sólo debo SER para que Él SEA A TRAVÉS DE MÍ, con todos mis defectos, con todo lo que tengo. Ya no tengo que luchar, me acepto tal como soy, porque quien más razones para rechazarme tenía no lo hizo. Él dio el primer paso, a mí me tocan los siguientes.

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