Lo cierto es que cuando tenemos un encuentro cara a cara con el Señor, poco importa cómo seamos porque ya no volveremos a ser igual. Es tan potente la experiencia de conversión que moviliza muchísimas emociones, sentimientos y cambios, que sin necesidad de presionarles llegan por sí solos. Lo que muchas veces sucede, es que ciertas personas creen que deben ser de cierta forma para agradar a Dios: serios, reflexivos, que hablan con palabras poco comunes, que tienen una actitud de devoción constante y una serie de caricaturas, que NADA tienen que ver con el proceso de convertirse en cristiano.
Si a Dios no le importó tu presente y así y todo quiso invitarte a ser tu hijo, ¿por qué se esmeraría en que fueses de otra forma? Todos tenemos hábitos, características de nuestro temperamento o actitudes que pueden dañar a otro o a nosotros mismos; naturalmente, son aquellas a las que nos esmeramos en cambiar, porque “no cuadran” con nuestra nueva forma de ser y de pensar. PERO existen características personales que Dios nos ha regalado, como el ser más hablador o más silencioso que otros, ser alegre y decir cosas graciosas que hagan reír al resto, ser espontáneo, gustar de ciertos lujos o comodidades, realizar algún tipo de actividad deportiva, tener algún hobby, etc.
Cuando haces que Dios se convierta en tu Padre, Él no quiere de ti tu pecado; quiere a CUALQUIER persona que esté experimentado esta conversión. A Dios no le gustan más los serios o reflexivos, o los conversadores y sociables. Él no necesita que te amoldes y seas igual a todos los que creen en Su poder. No es sencillo entenderlo.Durante años luchamos por ser lo más “perfectos” posibles, por no perder nunca la compostura, por no enojarnos nunca o no señalar nunca nuestro descontento hacia algo o hacia alguien, siempre mostrándonos interesados, nunca aburridos y desencantados…y no nos funcionó. Pero cuando descubrimos que Dios nos amaba tal cuál éramos, con nuestra forma de ser, con nuestros gustos y disgustos, con nuestra manera de decir las cosas, hasta con las expresiones faciales que poníamos, y que además de amarnos, así nos creó y así nos usaría, sentimos como si una tonelada de cemento cayera sobre nuestros hombros y nos permitiera SER NOSOTROS.
Nunca voy a ser callado, ni dejaré de manifestar mis disgustos ante la injusticia, como tampoco dejaré de pensar y pensar en mil maneras de hacer algo para que salga lo mejor posible; tampoco toleraré lo que encuentro grosero o de mal gusto. No callaré para evitar el conflicto cuando sea una verdad de Dios la que deba defender…no seré amigo de todo el mundo ni le abriré mi corazón, a cualquier persona que crea que tengo la obligación de hacerlo porque sea mi pastor o líder; sólo mis verdades más profundas las conocerá quien me creó.
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