Cierta tarde, un guerrero joven, conocido por su arrogancia, apareció por el lugar. Su estrategia era la provocación, esto es, esperar a que su adversario hiciera el primer movimiento y, en base a sus errores, contraatacar velozmente. Según se conocía, jamás había perdido un combate.
Conociendo la popularidad del viejo samurai, el joven guerrero fue a buscarle a la plaza central del pueblo, para desafiarle, derrotarle y por consiguiente, aumentar su fama.
Una vez que estuvieron frente a frente, el joven luchador comenzó a provocar al anciano: le escupió en la cara, le vejó, y le insultó de mil maneras. Todo ello durante horas, pero el viejo permaneció impasible. Al final de la tarde, sintiéndose cansado y humillado, el joven e impetuoso guerrero se retiró.
Desilusionados por el hecho, sus alumnos le preguntaron al anciano:
-¿Cómo pudiste, maestro, soportar tanto atropello? ¿Por qué no usaste tu espada, en vez de mostrarte temeroso delante de él y de nosotros, tus discípulos?
Entonces el maestro les dijo:
-Si alguien llega hasta ustedes con un obsequio y ustedes no lo aceptan, ¿a quién pertenece el obsequio?
-A quien intentó entregarlo- respondió uno de los alumnos.
- Eso es –dijo el maestro- pues lo mismo se aplica para la envidia, la ira, los insultos... Cuando no se aceptan continúan perteneciendo a quien los llevaba consigo.
Queridos hermanos, cuidémonos de que sentimientos negativos como la ira, la soberbia, la prepotencia, la vanagloria, etc., no se asienten en nuestro corazón, porque además de esclavizarnos, no nos permitirían tener una buena relación con los demás, ni mucho menos una relación correcta con el Señor. Pidámosle a Él, que trate con nuestros errores, que nos reafirme, que nos otorgue un corazón nuevo.
“Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva la firmeza de mi espíritu. No me alejes de tu presencia ni me quites tu santo Espíritu”.
(Salmos 51:10-11 NVI)
No hay comentarios:
Publicar un comentario