viernes, 19 de julio de 2013

La Cadena De Oro - Reflexiones - Vídeo

El escritor y filósofo Johann Wolfgang von Goethe dijo: “La bondad es una cadena de oro por la que se mantiene unida la sociedad”.
Pero yo no estaba pensando precisamente en la cadena de oro de la bondad, un día en el que un automóvil totalmente acabado, andando no se sabe cómo, y sujeto con goma y alambres, se estacionó frente a mi casa. Durante esos años vivíamos en un pueblecito, justo frente a la iglesia en la que servía, y los viajeros en necesidad hallaban constantemente el camino a nuestro hogar.
Me estaba cansando de ayudar a mucha gente que paraba casi a diario. A menudo me levantaba en medio de un buen sueño nocturno, para salir al frío y ayudar a alguien que estaba de paso.
En una ocasión nuestra propiedad fue saqueada; en otra conduje en medio de una tormenta para rescatar a dos personas; muchas veces sentía que me sentía usado por motoristas o caminantes sin un centavo, que ni siquiera me agradecían por la ayuda recibida y que se quejaban de que no hiciera más por ellos.
No me había sentido parte de una “cadena de oro de bondad” por un tiempo y, aunque todavía ofrecía ayuda cuando podía, algunas veces, interiormente, sólo deseaba que se fueran.
Pero ese día, un joven con barba de una semana saltó del dilapidado automóvil. No tenía dinero ni comida. Me preguntó si podía darle algún trabajo que hacer y le ofrecí gasolina y una comida. Le dije que si quería trabajar, estaríamos encantados si cortaba el césped, aunque tampoco era muy necesario.
Aunque sudoroso y hambriento, él trabajó duro. Debido al calor de la tarde, esperé que se rindiese antes de completar el trabajo. Pero él perseveró y, tras mucho rato, se sentó cansado bajo la sombra.

Le agradecí su trabajo y le di el dinero que necesitaba. Entonces le ofrecí un dinerito extra por su trabajo, especialmente bien hecho, pero él rehusó. “No, gracias”, dijo en un castellano con fuerte acento extranjero. Insistí en que tomase el dinero, pero se levantó y dijo de nuevo: “No, gracias. Yo quiero trabajar, usted quédese con el dinero”. Intenté de nuevo y por tercera vez se negó, meneando su cabeza mientras se alejaba.
Nunca más le volví a ver. Estoy seguro de que nunca lo haré. E interesadamente, él puede que pensara que yo le ayudé ese día. Pero eso no fue lo que pasó. No le ayudé; él me ayudó.
Me ayudó a creer de nuevo en la gente. Me ayudó a querer de nuevo hacer algo por aquellos en necesidad. Cuánto desearía haberle agradecido restaurar algo de mi fe en la bondad básica de los demás y por darme de nuevo un poquito del optimismo que había perdido en el tiempo.
Debido a él, una vez más me sentí parte de la cadena de oro de bondad que nos une el uno al otro.
Tal vez haya alimentado su cuerpo aquel día. Pero él alimentó mi alma.

Volvamos a creer en la gente, aunque muchos nos hayan herido. Recordemos que no todos son malos, no todos buscan ventaja. No todos quieren herir. Miremos nuevamente con bondad a nuestro alrededor, porque podríamos ser un eslabón más en la impresionante cadena de la bondad.
Génesis 21:23
Ahora, pues, júrame aquí por Dios, que no faltarás a mí, ni a mi hijo ni a mi nieto, sino que conforme a la bondad que yo hice contigo, harás tú conmigo, y con la tierra en donde has morado.
2 Samuel 9:1
Dijo David: ¿Ha quedado alguno de la casa de Saúl, a quien haga yo misericordia por amor de Jonatán?
Gálatas 5:22
Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe.

No hay comentarios:

Publicar un comentario