miércoles, 17 de julio de 2013

El mendigo que dio - Ánimo en mensaje

EL MENDIGO
Cuenta la leyenda sobre un limosnero tendido al borde del camino, que de pronto vio a lo lejos venir al rey con su corona, su capa y sus seguidores. El mendigo pensó: “Le voy a pedir, porque los reyes son generosos y seguro que me dará algo; lo necesario para vivir el día de hoy”.
En efecto, el  rey pasó cerca, y el pordiosero le preguntó:
-“Su majestad, ¿me podría regalar una moneda, por favor ?” 

El rey le contestó con dos preguntas: 
-“¿Por qué no me das algo tú a mí? … ¿Acaso no soy yo tu rey?”
El indigente, desconcertado, dijo: 
-Pero su majestad, ¡yo no tengo nada, soy pobre!”

-“Algo debes de tener. ¡Busca!”, respondió el rey.

En su asombro, el mendigo rebuscó entre las cosas de su morral, y se dio cuenta de que tenía 5 granos de arroz para comer ese día. Así es que extendió la mano y se los dio al soberano, imaginándose que sus familiares nunca le creerían cuando les dijera que él había socorrido nada menos que al rey.

Complacido, el monarca añadió: 
-“¡¿Ves como sí tenías?!” Toma, ahora yo te doy 5 monedas de oro: una por cada grano de arroz.
-“Su majestad, creo que acá tengo otras cosas que puedo darle”, mencionó el mendigo. Entonces el rey le detuvo en seco: 
-“No, hijo…. solamente de lo que me has dado de corazón, te puedo yo corresponder”.

Amables lectores: no es difícil reconocer el paralelismo de esta historia con nuestras vidas. El rey representa a Dios, y el mendigo somos nosotros.


Dios nos pide que le demos nuestro amor, temor, obediencia, sujeción, sinceridad; en fin, nuestra vida. A cambio de ello, tiene para darnos abundantes bendiciones que derivan en una existencia plena, llena de su gloria.

Pero el secreto está en que le  demos  un amor desinteresado, sin esperar nada a cambio, sin que nosotros le pongamos condiciones, pues muchas veces pretendemos primero recibir su favor, para entonces sí cumplir sus mandatos. En los tiempos de crisis acudimos a  Él, y una vez solucionado el problema, nos alejamos.

El ladrón no viene más que a

robar, matar y destruir;

yo he venido para que tengan vida,

y la tengan en abundancia. 

(Juan 10:10)

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