A los siete u ocho años de edad, le cogió tal angustia, miedo y depresión, que quiso quitarse la vida. Entonces fue a la plaza de su barrio, se ató una soga al cuello y a la calesita que comenzó a girar, pero lo único que logró fue caerse. Cuando estaba en el suelo, miró al cielo y en un minuto, vio pasar su vida por delante; miró su futuro, y se vio con dieciocho años, la edad precisa para salir de su casa y así su madre nunca más le seguiría maltratando. Con la esperanza de salir del lugar en donde le lastimaban, se levantó del suelo y el sueño que tuvo, fue el estímulo con el que superó todas sus tensiones.
¿Quién no fue maltratado o humillado por un amigo, por un padre o madre, por un compañero de trabajo, por una pareja?
La definición de “humillación” es: rebajar, inferiorizar, someter, ultrajar a otra persona. Es por eso que humillar a alguien tiene el objetivo de destruir a una persona y se sustenta con el anhelo de destruir su corazón, su vida, su sueño.
La ofensa es una trampa, cuando te ofendiste caíste en la trampa
La gente maltratadora tiene un problema interno, por eso agrede y quiere “que tú piques el anzuelo”. Hay que entender que no es una cuestión personal (a veces se levantan mal y nos hablan mal).
El maltrato es un moretón emocional, es acoso en todos los ámbitos. Todo maltrato quiere mostrarte que tiene poder sobre ti; de acuerdo a nuestra reacción, el maltratador sabrá si tiene o no poder sobre nosotros. Necesita que reacciones, sea llorando, gritando etc. ¿Dónde radica el gran poder del maltrato?: en que te duela: “qué feos dientes que tienes, qué panza tan grande, qué mal que te vistes, etc.”
“Sus hermanos le quitaron su túnica y le cogieron y le echaron en la cisterna y le vendieron a los ismaelitas por veinte piezas de plata. Y llevaron a José a Egipto”
Hay dos tipos de personas:“Los que sueñan, y
los que odian a los que sueñan”.
José trabajaba incansablemente por su sueño; en la casa de Potifar, en la cárcel, allí lidera al grupo VIP de ladrones. Si José no hubiese trabajado en la cárcel, nunca hubiese llegado a faraón, José trabajaba por su sueño. No consiste en trabajar por un empleo sino por tu sueño. El hombre diligente prosperará y será llevado delante de los reyes.
José, después de trece años de vivir un sinfín de penurias, tuvo la oportunidad de hablar con el Faraón, la persona más poderosa de la tierra en aquel momento, y éste lo puso como ministro de economía. Por cada trece años de dolor que viviste, vienen ochenta años de bendición (porque José gobernó 80 años).
Lo que fue tu dolor está a punto de transformarse en tu fortaleza. Lo que te quiso destruir, ahora es un arma de Dios para ganarle la batalla al enemigo.
Tiene que nacer el perdón (Manasés) para poder prosperar.
Cuando Jacob se volvió a encontrar con su hijo José, le dijo: “pensé que estabas muerto y Dios me deja ver a mis nietos”.
Dios es bueno, Dios te va a hacer ver lo que no pensabas.
Tiene que nacer el perdón para poder prosperar (el primer hijo de José fue Manasés “el que hace olvidar”). El primogénito recibía el doble, pero cuando Jacob fue a bendecir a sus nietos, cruzó el brazo y le dio el doble al más chico, a Efraín “el que fructifica”.
Primeramente Dios va a bendecir tu futuro ¡Tu futuro será el doble de lo que viviste! También bendecirá tu pasado, porque te induce a hacer las paces con el pasado, el presente y el futuro.
No pierdas el tiempo con tus enemigos, ni con los que te quisieron encerrar en una tumba. Dios no borra el pasado, sino que lo transforma en victoria; José metía a Dios consigo en el pozo, delante de la tentación, en la cárcel, en el sueño de Faraón; en todo el país de Egipto, les dijo a sus hermanos: “Díganle a papá que estoy vivo, cuéntenle de mi gloria, que Dios me ha puesto sobre toda esta nación”.
José puso a Dios ARRIBA del pozo, ARRIBA de la cárcel, ARRIBA de las vacas gordas y flacas, ARRIBA de la pobreza, ARRIBA de la abundancia y ARRIBA del abandono.
Todos los que conquistamos sueños tenemos heridas. Pablo dijo: “yo tengo las marcas de Jesucristo”, ojalá tengas muchas marcas de pozo, de cárcel.
José dijo: “El Señor no me sacó las cicatrices, con ellas me fui al palacio, ¡ellas me recuerdan que luché por mis sueños y que los alcancé!”
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